Sobre Los Signos y señales de Dios / On The Signs and Signs of God ( Acerca de Dios -4) - /jordi maqueda

 Sobre Los Signos y señales de Dios / On The Signs and Signs of God

El Beato (de Liébana) interpretaba el sonido de la trompeta como que Dios manifestaba uno de sus secretos. La trompeta es un instrumento de metal por el que pasa el aire, el soplo, y como explica el Beato: "hace la voz semejante a una trompeta, que emite su sonido una vez reunido el aire en su interior, y que cuando lo expulsa fuera produce el sonido en exterior; así también el que ha recibido la Palabra del Señor percibe en la inspiración de su espíritu sin sonido, lo que luego habla al exterior"

 DE LOS SIGNOS Y SEÑALES DE DIOS 


Anteriormente, he comentado acerca de las señales de Dios, aunque no lo hice tanto sobre aquello que primero nos alcanza y podemos reconocer como esa forma de caricia, o afecto con la que la divinidad (Dios) se nos muestra y revela de forma sutil, haciéndonos saber de su ser. Estas formas de amor y afecto―reveladores de la presencia de dios― están por doquier allá donde miremos: en ese rayo de luz que nos acaricia la piel, en el reflejo de la luz sobre el musgo húmedo en la tierra; cuando un pájaro silvestre se posa cerca de nosotros y nos canta, en la gracia de Dios que descubrimos depositada en la mirada de un niño, en los magníficos colores del cielo, o el mismo en el viento que escuchamos y acaricia el rostro con su brisa cada mañana. Siendo estos solo una muestra, de todo lo que debemos atender, y a partir de ello entender: que todo está en contacto entre sí y con nosotros, y que la piel no solo no nos separa las cosas, sino que precisamente nos ponen en contacto con todo los demás.

Precisamente, es ante la advertencia continuada de estas primeras formas de llamada y afecto de Dios —que atendemos y nos sentimos en las cosas, gozosos en ellas— que luego abriendo nuestro corazón (tanto como les prestamos nuestra atención) la alegría y paz interior, la humildad y abandono de lo material, progresivamente habrán de brotar surgiendo en nosotros, haciéndose reconocibles (al mundo), como en una flor brotan sus pétalos, muestra de nuestra nueva relación que empieza a florecer, comenzando de este modo a prepararnos para las señales que vendrán. Señales, pero ya no como una muestra (o afecto) de la presencia divina, sino como indicación reveladora de una voluntad y el espíritu de dios. Pues no solo se trata de qué hacemos, sino por qué lo hacemos, y es en estas señales: al identificarlas y darles luego sentido, que nos ayudan hallando en ellas la respuesta a por qué; y de ese modo entenderemos —como entendiendo hoy— no tanto que andamos en algo complejo, cuya finalidad es precisamente “entender”, y hacernos entender que en todo ello hay ya desde el primer momento, una voluntad de dios, por su (espíritu) que nos guía, todavía al principio sin nosotros mismos aún saberlo. Es por ello que alcanzar a ver en el camino la mano de Dios en las señales, es verla igualmente en nuestros actos y, por tanto, entender que dios (su espíritu) está con nosotros, mostrando siempre la dirección y el camino. Un camino, pero del que otros pretenden, incansablemente apartarnos.

Pero ¿qué razón encontramos a todo esto?, en la necesidad de dar sentido a las señales. Pues bien, la explicación es sencilla, de una parte y como afirmaba el Padre Carreira: “solo podemos encontrar una razón suficiente en Dios para crear personas conscientes, en tanto, que luego sean estas capaces por sí solas de reconocerle (reconocer a dios) y de ese modo agradecerle la existencia, pudiendo así compartir así su felicidad y la nuestra (juntos) en el amor de su creación”; y de la otra: que nuestro señor, ya no quiere siervos, y quiere amigos que le presten su atención, “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias”. (Juan 15, 15)

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