
En la vida y en el mundo, encontraremos siempre enemigos cuyo objetivo es usar el dolor y el placer para hacernos ciegos y miserables de por vida. Estás siempre tratando de agradar a Dios, y quieres vivir una vida que muestre tu santificación, pero es una batalla: estás en una lucha, continua recuérdalo. Y ¿Quiénes son nuestros enemigos? El mundo, la carne (los que niegan a Dios) y el diablo: pero va mucho más allá de esto…, "el diablo y los suyos" agregaría nuestro Papa Francisco; pero ¿y quiénes son los suyos?, ¿a quiénes se refiere el Papa francisco? Pablo (Efesios, 6: 11, 13) nos dice a quien verdaderamente nos enfrentamos: "Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales". Huestes, sí, pero que serán siempre derrotadas por la voluntad y palabra de nuestro señor: no olvidemos nunca esto. Por muy oscuro que parezca el momento y lugar, y el terror nos haga zozobrar, pudiendo por momentos con nosotros y nuestra voluntad, recuerda a San Juan y el Apocalipsis, y recuerda a nuestro señor sobre su caballo blanco, y luego a Satanás arrojado al lago de fuego.
(Ap 19, 11) Vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero. Y con justicia él juzga y hace guerra. 12 Sus ojos son como llama de fuego. En su cabeza tiene muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce, sino él mismo. 13 Está vestido de una vestidura teñida en sangre, y su nombre es llamado EL VERBO DE DIOS. 14 Los ejércitos en el cielo le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino, blanco y limpio. 15 De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones (la palabra de dios), y Él las guiará con cetro de hierro. Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. 16 En su vestidura y sobre su muslo, tiene escrito el nombre: Rey de Reyes, Señor de Señores.
Satanás,
al final, nunca puede vencer, ni siquiera a nosotros cuando nos mantenemos firmes frente
a él con el Señor de nuestro lado. Pero hermano: eso es el final de la
historia y ahora hay que soportar las batallas que nos toca librar. De modo
que conoce bien a tu enemigo, al mayor de todos y lo mejor que puedas: su
astucia y tretas. Pero sobre todo confía en Nuestro Señor, y déjate guiar confiando en su palabra y promesas que siempre cumple; y deja que Él tome
el timón sobre ti, no solo en la batalla, que vencerás, sino igualmente de tu
vida, y entrégate: señor, te doy mis
manos para poder hacer tu obra y mis pies que andaban perdidos, para andar
ahora tu camino. Te doy mis ojos cansados para mirar y ver como Tú miras viendo
la verdad y la vida; mi boca, señor, también te doy, para que por ella
pronuncies tus divinas palabras, y mi mente, para que puedas pensar a través de
mí. Y te doy mi espíritu, señor, para que puedas orar en mí y hacerlo yo
contigo. Y mi corazón te doy, para que lo ablandes y desde él puedas amar al
Padre y a toda la humanidad, y así no ande yo más perdido.
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