LA NADA / Entrada (5): El pretendido ámbito actual de la Nada / Jordi maqueda


EL PRETENDIDO ÁMBITO ACTUAL DE LA NADA

LA NADA CREADORA Y NECESARIA
PSICOLOGÍA, BUDISMO, FE, Y ESCUELA DE KIOTO
El Caso del maestro Eckhart, y la posible resignificación de sus textos—
—Sobre el pensamiento y la gracia de Eckhart
LA RELIGIÓN o LA NADA
¿Qué finalidad tiene la religión para nosotros?


La Nada creadora o la Nada necesaria

Las personas nos hacemos preguntas constantemente: ¿de dónde vengo?, ¿de dónde vienen las cosas?, ¿de dónde viene el Universo?, ¿desaparecerá el mundo y el universo?, ¿desaparecerá todo en algún momento?; y, en ese caso, ¿adónde irá todo? Tenemos necesidad de saber, es una necesidad inherente y constitutiva de nuestro propio ser, y en algún momento de nuestra vida, todos nos hacemos preguntas que necesitan respuestas. Sobre todo, aquellas que atañen a la propia existencia y a todo lo relacionado con ella. La religión, a lo largo de milenios, se ha ocupado de satisfacer esa necesidad, liberando la mente de la angustia que supone no saber de dónde venimos y adónde vamos después de muertos. Igualmente, esta se ha ocupado de dar sentido al mundo y explicarlo: quién, cómo lo hizo y por qué. Pero, no a todos satisfacen estas explicaciones.

Desde antaño, al igual que hoy, muchos filósofos, teólogos (padres de la iglesia) antes y científicos ahora, se propusieron y proponen encontrar sus propias explicaciones a su ser, al devenir, al mundo y el universo. Anaximandro de Mileto, vivió en la Antigua Grecia entre el 610 - 545 a.C. Hijo de Praxíades, sucesor y discípulo de Tales, negó la Nada, como origen de nada, pues algo no puede surgir de la Nada, ni pueden las cosas desaparecer en la Nada. Este acuñó un término al que llamó: Ápeiron, que define lo indeterminado e infinito que constituye la esencia del Arjé: primer elemento de las cosas o del universo. El Ápeiron es, por tanto, principio de la totalidad de las cosas existentes. Anaximandro sostuvo que el Ápeiron no es un elemento material, sino algo vinculado a lo sempiterno: no es posible circunscribir el Ápeiron al espacio ni al tiempo; carece de límites y forma, resultando por ello indestructible, siendo infinito, y de acuerdo a cada ciclo, todo surge y regresa al Ápeiron. El cosmos nace, se desarrolla y perece en el seno de ese "Ápeiron". En esta línea, surge entonces una primera afirmación ya en la Grecia clásica: todo surge y regresa a lo mismo, decían los griegos. Esta afirmación, que iría evolucionando entre los filósofos de aquella época, persiste hoy de alguna manera, afirmada en la ciencia: “todo lo existente en el universo proviene del mismo lugar y momento de singularidad, en el tiempo, cabiendo, igualmente, la posibilidad de regresar en un futuro, muy lejano, a ese mismo estado de singularidad.” —Se diría, de nuevo, que en 2600 años no hemos avanzado demasiado.

Es Parménides y explícitamente Empédocles, en quien encontramos una primera circunscripción de la Nada como esencia constitutiva de todo lo que deviene. Parménides vislumbrará la Nada, para de inmediato neutralizarla. La conclusión de Parménides, fue que aquello que “no es”, no puede existir de ninguna forma: no existe y, por lo tanto, solo cabe existir lo que “es” que, en consecuencia, está en el mundo porque es la única cosa que existe. Empédocles toma 'La Nada' como la negación del ser: lo que hay es el 'ser' y solo cuando se lo niega, o aparta al ser (estando ausente) surge 'la Nada'. Reconocerá que los entes finitos, antes y después de su finitud, son Nada.

Pero «La Nada» como concepto fundamental en filosofía empieza a tomar sentido a comienzos del siglo XVII, a partir de la pregunta leibniziana ¿por qué hay algo más bien que nada?". Para Kant, La Nada absoluta correspondiente al Ser ilimitado e infinito, sería el "no-ser absoluto" y, por tanto, "la Nada absoluta" correspondiente al Ser, es un concepto metafísico que quedará excluido de tratamiento en la Crítica de la Razón Pura, por cuanto escapa a las posibilidades del conocer científico (descartes se afirma en lo mismo). Para Kant, las cosas que existen en el mundo sencillamente existen, y una negación es solo una declaración del conocimiento, en tanto a que algo no existe en el mundo. Nietzsche igualmente se aproximó a "La Nada", entendiendo, que nada tendría una esencia o verdad propia, sino que todo tomaría significado en la forma en que el Dasein (como único ente que vive fuera de sí, abierto constantemente al Ser y a sufrir una revelación de Él) lo concibe, para después volver a perderlo una vez que este deja de existir. Siendo, esta la base sobre la que Nietzsche entendió que habría de construirse la nueva filosofía. Pero será posteriormente, cuando la pregunta original es desbordada contundentemente por la cuestión Heideggeriana: ¿por qué es en general el ente y no más bien la nada?, resultando esta, ser aquella pregunta fundamental para la filosofía, pero que luego parece transformarse (en Heidegger y otros que le siguen) más bien en un ¿y por qué no la Nada? En Sartre, ya la cuestión de La Nada recibirá un enfoque particular: de negación y rechazo de la existencia: un ser que es arrojado a La Nada (de la existencia) y de ahí habrá de surgir esta, pues no se queda ahí, sino que influido por Heidegger, su mentor, Sartre ahondará la temática (heideggeriana) abriendo la vía de la “nadificación”, y terminando por afirmar que, el ingreso de la Nada al mundo, se debe únicamente al hombre. Observamos, como el juicio negativo ha sido ontologizado y reconvertido en una nadificación, consistente en la aparición de la Nada en el mundo por la acción de un ser (el hombre) negador y, por ello, Ser-nadificador. Pero, siendo esa Nada resultante, algo «irrealizante» e imaginario: una creación pura, sí; un absoluto, sí, que nos ofrece la posibilidad de negar al mundo, sí; pero, que al mismo tiempo resulta inconcebible —a ese mismo imaginario— la posibilidad de aislarse de la conciencia que está en el mundo. Así pues, para que exista la Nada, debe antes existir un Ser-nadificador: persona que tendrá como propiedad nadificar La Nada y sostenerla apuntalando esta, permanentemente, con su existencia misma. Un Ser, por el que La Nada llega y nos llega e, igualmente, llega luego a las cosas. A poco que prestemos atención, lo que observamos a lo largo de este proceso de siglos, pasando de una Nada creadora a una Nada creada, es más una necesidad: una Nada Necesaria: un espacio necesario también, un espacio dentro y fuera del hombre, pero que ya no define tanto la Nada, como define al hombre.

Luego, da igual, si miramos hoy a la ciencia, o muy atrás en el tiempo, una cuestión prevalece por encima todas de las demás: ¿de dónde surge todo? ¿Qué es aquello de dónde todo brota y todo regresa? Nos refieren textos antiguos que “ciertos poetas” hicieron empezar el mundo con la Noche (noche, vacío, nada) y no con el Caos. — Aristóteles, (Metafísica). Se observa cierta tendencia a considerar a la Noche y a la Luz, como dos co-principios cosmogónicos en la Grecia clásica. De otra parte, en las tradiciones hindúes, el mundo al principio no era más que no-ser, y el ser surge del no-ser. Pero estas afirmaciones conducen a otra cuestión: la creación a partir de nada o de La Nada, como condición de la auto-creación. ¡Absurdo!, pensaremos, pero la misma presencia del caos como estado originario y confuso de la materia y, que se supone anterior a la ordenación del universo, implicaría un espacio vacío (una Nada) que bosteza antes de despertar, dando luego origen a la luz y al universo. La existencia de un Vacío cuántico que fluctúa, en la que aparecen partículas aparentemente surgidas de La Nada, no nos es extraña hoy, dándolo por probado... pero, ese vacío que fluctúa, si fluctúa, no es vacío por completo, y, por lo tanto, tampoco puede ser la Nada

Cabe, pues, cuestionarse sobre la posibilidad: si puede nada "lo que no existe" dar origen a "lo existente". Sin embargo, observaremos que no hemos hecho más que la primera interpelación, cuando al preguntar por esta posibilidad, surge a frenarnos un principio metafísico, por el cual “nada puede empezar a existir a partir de nada” atribuido al filósofo griego Parménides, y expresada también por Lucrecio mediante: "ex nihilo nihil fit”. Principio aparentemente irrebatible —“en la medida en que los pensadores, sobre todo más modernos, se han ocupado de cuestiones filosóficas y científicas más que de cuestiones teológicas” – (Ferrater Mora)— pues este principio ha servido de hipótesis última, para apuntalar buena parte de los progresos de la ciencia natural moderna, y especialmente de la mecánica. Sin embargo, reconocemos hoy una brecha en este principio, y con ello la posibilidad de adelantarnos, cuando nuestro discernimiento ya no es tan dogmático en la materia, aunque, únicamente sea porque se reconoce que un principio, como el apuntado, es demasiado vasto, para lo que pretende: enunciar algo determinado sobre los procesos naturales; pues luego dice poco, justamente por pretender decir demasiado. Así pues, nos encontramos volviendo a preguntar, y teniendo que volver a asomarnos de nuevo al problema central de la filosofía. Estamos, pues, justo en el lugar donde surgen los interrogantes y, por tanto: nos preguntamos, aquí y ahora, si puede existir (de algún modo) lo que no-existe (en nuestra realidad) y dar origen “aquello-no existente” a "aquello existente". Siendo posible “la Nada Creadora”.

El ser y la Nada - Sartre
Metafísica -Heidegger
Paniker - Filosofía y Mística
Jesus M. Morote - El Sentido de la Nada en Sartre


PSICOLOGÍA, FE Y BUDISMO,

Cuando escuchamos hablar sobre la Nada, lo asociamos generalmente al vacío del espacio, o bien a escritos o artículos de cosmólogos o físicos que se refieren a ella; si bien, ninguno logró todavía encontrarla, al menos hasta el momento; sin olvidar, claro está a la filosofía: Heidegger o Sartre, entre otros. Pero, lo que muchos ignoran es que hay otras formas de “Nada”, u otro tipo de nada, una nada más reconocible, si queremos llamarla así, y a la que esta vez sí, enfrentaremos todos alguna vez a lo largo de nuestras vidas. El diccionario Oxford de la mente, recoge algunas entradas al respecto de la Nada, y podemos encontrar que se aportan casos de personas —siempre desde una óptica neurofisiológica— que, bajo los efectos de los anestésicos, afirman que su percepción es la de no-ser. Y me pregunto: ¿puede ser tal experiencia de ausencia, de no-ser, de la no-experiencia, la experiencia de la Nada?, e igualmente: ¿son la inatención, la agnosia, o la extinción…, experiencias de la Nada? A decir verdad lo ignoro por completo.

Sin embargo, hay algo que sí puedo afirmar, y afirmar en base en mi propia experiencia, de vivir la vida tal y como acontece en el momento presente. Una afirmación, en este caso, construida alrededor de una experiencia propia de la realidad, a través del testimonio puede dar una persona viva. Me refiero a cuando nos encontramos frente a esos momentos críticos de la vida ―como ocurrió en mi caso: en coma y frente a la oscuridad, en el silencio más absoluto― o bien, (e igualmente refiero aquí mi propia experiencia) en esa espiral a la que acompaña una desgarradora sensación, donde el significado de la vida parece haber desaparecido y solo te queda sufrimiento. Es en este momento último, precisamente es donde puede apercibirse con mayor facilidad un vacío ― una Nada (falta o carencia) ― cuando enfrentamos la pérdida de un ser querido, un desahucio o una enfermedad mortal... sobre todo, al caer en la cuenta que jamás volverás a ver a la persona amada, o en aquel caso en que percibes que tu propia existencia, tu vida, puede terminar. Entonces: Aquello que se extiende entonces frente a nosotros, más aún al cerrar los ojos, es lo más parecido a la Nada que yo conozco, y que una persona consciente puede experimentar. Quizá por ello ha sido en el ámbito neurológico y después en el psicológico, es donde la Nada ofrece nuevas perspectivas, si damos por hecho este sea el ámbito de aquella (la Nada). Luego está el mundo de lo sensorial, desprendido de lo intelectual, donde y según los místicos, se puede estar más cerca de esa realidad vacía o sunyata (vocablo este normalmente traducido como vacuidad o vacío) y que sobre todo se da en el ámbito oriental, donde encontramos algunas filosofías dentro del budismo, en las que se busca esa vacuidad, algunas de ellas derivadas de las enseñanzas del Maestro Eckhart de Hochheim: un predicador de la serenidad, nacido en 1260 en Tambach, Alemania, que reconoce a Dios (nos dicen: como una ausencia o presencia, que solo puede ser vivida y experimentada en medio de la Nada). Sin embargo, la cultura oriental no ha pasado a través de la noción de Dios identificado con el ser, con lo que es, y no se ha visto obligada a apoyarse en la negación y llamar no-ser a este último misterio, y sencillamente, lo ha llamado (la) Nada, śūnyatā en el buddhismo de expresión sánscrita: vacuidad. Relevantes en este último caso es son "Los filósofos de la nada", englobados dentro de la escuela de Kioto y, más concretamente, las figuras principales de la escuela de Kioto: Nishida, Tanabe y Nishitani. Ni que decir, que la emergencia de la escuela de Kioto marcó un momento decisivo en la historia de las ideas. Este grupo de filósofos no solamente representó, o representa, la primera contribución sostenida y original de Japón a la filosofía occidental, sino que además lo hace desde una perspectiva característicamente oriental. Lejos de un simple revestir las preguntas tradicionales de la filosofía en un estilo oriental, es un desafío disciplinado y bien informado para con la definición de la historia de la filosofía misma. De ahí la mención a estos.

El Caso del maestro Eckhart, y la posible resignificación de sus textos

Pero vayamos con el maestro Eckhart. Opino que el caso de Meister Eckhart —quien pronto ingresó a la Orden de los Dominicos en Erfurt, yéndose a estudiar luego a Colonia y posteriormente a París, donde fue en dos ocasiones Lector de Teología, privilegio que solamente había alcanzado Tomás de Aquino—que bien merece no una entrada, sino todo un libro, pero ahora llevado por la premura de terminar este proyecto, me limito a puntos importantes de su pensamiento, con el fin de aclarar su posición y salvaguardar lo que realmente fue: un místico, que amaba a nuestro señor, frente aquellos que suponen era su posición con respecto a esa Nada que algunos refieren al hablar de él, y en todo caso malentendida, a mi modo de ver. En este sentido…, primero hemos de dar un paso atrás y pensar antes en lo que nos dice Gadamer, cuando refiere la situación hermenéutica (interpretación de los textos) definida como “ángulo de visión que determina las posibilidades de ver”, así como a la noción de horizonte, entendido como el “ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde determinado punto”. Se infiere aquí que toda perspectiva da a un horizonte vasto, pero limitado, igualmente al observador… Esto es importante para la comprensión de una lectura de textos, sobre todo medievales y religiosos, cuando puede darse la posibilidad de resignificación, luego otorgando un nuevo significado a un determinado autor, exposición o documento: llegando a ese sentido diferente que desde otra perspectiva, nos resulte menos angustiante y agotadora: pero sobre todo, (y para aquellos laicos que no están en comunión con dios) les sea favorable a sus propios intereses, a partir de dar un nuevo sentido aquello en el presente, tras una interpretación distinta (de aquello mismo) que encontramos en el pasado. Entendemos pues aquí las nociones, situación y horizonte que dan cuenta del hecho de que nuestro trato con aquellos documentos, textos y autores está mediado por nuestra posición como “observadores”; esto es: por nuestros saberes previos, intereses, expectativas, pero y sobre todo por nuestros prejuicios [“prejuicio” como referente previo de cualquier interpretación, y que constituye el punto de partida del proceso de comprensión (Gadamer, 1987: 333)]. Entiéndase: muchas veces no entendemos lo que se nos dice, sino lo que nosotros entendemos que se dice, sobre todo debido a cómo se nos ha educado y somos dirigidos basándonos en nuestras propias ideas, expectativas, y nociones al respecto de lo que tratamos, así como por nuestros propios deseos de ver y encontrar algo que buscamos en ello, y para lo que otros, posiblemente, ya nos han encaminado y preparado, por ejemplo en las universidades. Pero como advierte Eckhart, mas ahora extrapolando, del mismo modo para entenderle a él, cabría que los mismos que tanto hablan ahora de vaciamiento comulgaran con el ejemplo y se vacíen ellos primero: leyesen y entendiesen lo que el místico leía (los evangelios) y luego pensasen en lo que creía: en su fe, para poder así entender, mínimamente, luego lo que este nos decía… y no pretender “ellos por como lo interpretan, piensan, ” lo que “él místico, por sus propias palabras” nos decía.

Sobre el pensamiento y la gracia de Eckhart

En 1323 se inició contra Eckhart un proceso inquisitorial por herejía, y el 27 de marzo de 1329 se declaró por parte del Papa que veintisiete de sus textos eran peligrosos y su obra fue prohibida, incluso quemada, después de su muerte en 1328. Algunos de sus sermones fueron conservados y leídos de un modo clandestino, y bajo pseudónimos. Fue a comienzos del siglo XIX cuando se rescató buena parte de su obra, especialmente las predicaciones, y se reconoció la importancia subyacente que tenía este religioso, e insisto en lo de religioso, luego para la filosofía, pero sobre todo para teología alemana. Leamos directamente uno de sus textos:

Sermón I (Eckhart)
Intravit Iesus in templum et coepit ejicere vendentes et ementes. Matthei.

Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). ¿Por qué echó Jesús a los que compraban y vendían, y a los que ofrecían palomas, les mandó que las sacaran? Quiso significar tan solo que quería tener vacío el templo, exactamente como si hubiera dicho: Tengo derecho a este templo y quiero estar solo en él y tener poder sobre él. Esto ¿qué quiere decir? Este templo, donde Dios quiere reinar poderosamente según su voluntad, es el alma del hombre que Él ha formado y creado exactamente a su semejanza, según leemos que dijo Nuestro Señor: «¡Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza!» (Génesis 1, 26). Y así lo hizo también. Ha hecho el alma del hombre tan semejante a sí mismo que ni en el cielo ni en la tierra, por entre todas las criaturas espléndidas, creadas tan maravillosamente por Dios, no hay ninguna que se le asemeje tanto como el alma humana sola. Por ello, Dios quiere tener vacío este templo, de modo que no haya nada dentro, fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto, ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas.

Nada hay, pues más lejos de estar en la Nada, que estar con Dios a solas ahí: en espíritu, en nosotros, en nuestro cuerpo: que es su tempo..., si bien la vacuidad y desapego, habrán de ser condición primera, para recibir al espíritu, pero no estación final, que será con dios en espíritu: el relato del templo vacío de mercaderes, significa vaciar nosotros nuestro cuerpo de todo lo banal, para poder alojar luego en este, nuestro cuerpo a dios en espíritu, pues nuestro cuerpo es el templo del espíritu santo, que vacío de la propia voluntad ya se le asemeja, pues obra entonces por la voluntad del espíritu: estar vacío de voluntad, es poder estar con dios en espíritu, escuchando al espíritu y no a nuestro yo. Del mismo modo, cualquiera que busque en Dios lo propio, o en sus obras y actos, buscando algo a cambio, en realidad no será aquel templo vacío, sino un mercader. De este modo, el intercambio es la esencia de una oscuridad y de las tinieblas que no nos permite ver. Pero, aquí surge de nuevo el problema para el laico que no entiende y no puede ver, pues… lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del espíritu, espíritu es (J,3) luego, "solo el mismo espíritu da testimonio a nuestro espíritu…" (Romanos 8-16) y, además, si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? (Juan 3)

Eckhart reconoce a Dios (nos dicen: como una ausencia (y no es así) o presencia, que solo puede ser vivida y experimentada: en medio de la Nada, nos dicen y nos vuelven a repetir, pero tampoco es así. Ni siquiera el hecho de un proceso inquisitorial contra él, da veracidad a la suposición de que Eckhart estuviese pensando que dios era Nada, o la Nada, o surgiese/apareciese de la Nada…, esto solo demuestra —como la historia también ha demostrado— la ignorancia y temor en la Edad Media, que la misma iglesia tenía hacia los místicos (maltratados por esta) y a los que condenaron entonces: concretamente condenaban aquella la relación directa con dios, y propiciada por el espíritu santo. Pues la iglesia de Roma, entendía, le dejaría sin su papel determinante en nuestra relación con dios: pues practicaba Eckhart (y así deducimos de sus sermones) esta relación directa (mística) y personal con nuestro señor, por medio del Espíritu Santo, sin mediadores (al igual que Juan de la cruz y otros). Entiéndase, dejaba a la iglesia y a los obispos sin trabajo. Lo que nos lleva a tener reinterpretar— hacia un mejor entender— al místico, más, cuando nos refiere aquel abandono de uno mismo, que propicia el llenado por el espíritu: pues es al abandonarnos nosotros, entiéndase: abandonar por completo nuestra voluntad, nuestro yo, cuando permitimos ser llenos del espíritu santo; leamos: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. (No os dejaré huérfanos S. Juan 14:18-31), ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois ya vuestros? (Gálatas 5:22-25), entiéndase aquí: no sois nada en el sentido de lo que antes erais: vosotros, con vuestra voluntad, ahora sois la voluntad de dios por el espíritu en vosotros). Pero ocurre, que del mismo modo que no podemos entender el concepto de la Nada y su significado hoy día, sin al menos leer por encima a Heidegger, menos podemos todavía y ni de lejos entender a un místico de la Edad Media, y menos aún lo que significa el Espíritu Santo, sin leer previamente y “entender” los evangelios y a quienes los escribieron..., de ahí, que el laico y profano en las escrituras se empeñe en hablar de la Nada y ver la Nada donde está la luz, pero él solo ve tinieblas: pues no puede entender “Al Espíritu de verdad, el cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce": Juan 14:17. Sin embargo, quien ha aceptado a nuestro señor en su corazón, recibiendo el bautismo por el espíritu, si lo reconoce, como le dice el señor a los apóstoles: “mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros”. Juan 14:17. El problema de este estado de gracia divina, para un místico, es (entonces y ahora) explicarlo, a quien no está en espíritu con dios, pues en la explicación aquel que escucha se pierde, viendo la Nada, allá donde el místico ve la luz. «Tu propio "yo" ha de ser nada — (y no la Nada, nos dice) —, solo así atraviesa todo ser y toda nada», Meister Eckhart:

Pero este despojamiento trata, en contra de lo que muchos pudiesen pensar, no de una práctica ascética de moralidad o piedad, sino más de recibir la gracia que sale a nuestro encuentro, por medio del bautismo en el espíritu santo, por iniciativa misma de Dios (cuando se obra por la palabra del señor). No hay que hacer mucho más para alcanzar el don, solo seguir la voluntad y palabra de nuestro señor y salvador, dejándonos llevar y llenar por el espíritu: él, luego obrara. En otras palabras: habremos de saltar como niños, desnudos de toda doctrina, dejando hacer al espíritu santo (estando “este” por voluntad de dios, ahora en nosotros) Por lo tanto, hablamos, que para posibilitar la obra del espíritu santo nos hemos de vaciar «del propio yo: que habrá de ser nada» entiéndase, la renuncia absoluta a nuestro ego y voluntad, para permitir obrar por medio de nosotros al espíritu santo: que ya nos somos nosotros, sino el señor en espíritu en nosotros. Pues quien obra por la palabra del señor atestigua a dios y por ello recibe al espíritu santo en bautismo (no de agua, sino por el espíritu) y renacerá a una nueva vida en espíritu, como explica (juan 3) Jesús cuando habla a Nicodemo, explicándole, que quien no nace de nuevo, no puede ver el reino de dios. Y Nicodemo, le pregunta, ¿cómo puede alguien volver a nacer siendo viejo?, a lo que Jesús responde… “El que no naciere de agua y del espíritu no puede entrar al reino de dios, lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije, que es necesario nacer de nuevo: el viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene, ni a donde va, así es todo aquel que es nacido del espíritu”; a lo que Nicodemo pregunta ¿cómo puede hacerse esto?, y le responde Jesús: ¿Eres tú maestro de Israel y no sabes esto?... Porque de tal manera amó dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que crea en él, no se pierda, más tenga vida eterna. Pues no envió dios a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvar al mundo por él, y el que en él cree y lo reconoce no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado…// y esta es la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres abrazaron más las tinieblas que la luz, pues sus obras eran malas. S. Juan 3:19-36. Lo mas curioso de esto, es que el hombre sigue abrazando hoy las tinieblas y rechazando la luz. Kierkegaard lo ve claro cuando afirma: “el ser humano siempre se siente atraído por la falta y la carencia (la nada), llevándolo a un sentimiento de desesperación”;.

Respecto de las enseñanzas de Eckhart observamos el vaciamiento y el desapego. Pues el predicador invita a la serenidad, aprendiendo que la serenidad está más allá del ejercicio de la libre voluntad humana y el dominio sobre las cosas (siendo, además, la serenidad uno de los atributos del espíritu santo). Pero Serenidad es también dejar ser a las cosas lo que son, no tener, no saber, no querer nada. Solo esperar que lo vacío pueda ser llenado. Pues quien busca lo sagrado está siempre en actitud de esperar al espíritu santo, que lo habrá de llenar y conducir, siendo entonces cuando dios nace en el alma humana. «Ruego a Dios que me salve de Dios», dice Eckhart. Con esto, no renuncia a dios, sino que invita a eliminar los elementos que se atribuyen a la divinidad, pero que nos alejan de ella. Sin embargo, en contra de lo que tantos afirman, el místico no puede experimentar a dios como la nada, ni mucho menos en la nada, pues está lleno de él: lleno y hacia fuera, alumbrando, como una lámpara al mundo y colocada donde más se ve su luz: pues…“no se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija (un almud), sino sobre el candelero, donde alumbra a todos los que están en la casa”. (Mateo 5-15)

La metáfora es el desierto, por último, dispone aquel lugar de despojamiento de nosotros mismos y al mismo tiempo de encuentro. El espíritu brota cuando estamos al borde de la desaparición: de no ser nosotros, para que (Él) sea en nosotros. El desierto es el camino (simbólico) de la disponibilidad y la apertura que propicia al espíritu santo su llegada: no hay nada más, y no deseamos nada más que este nos alcance, cuando la última gota de nuestro yo se haya derramado como la arena entre nuestros dedos: muriendo al mundo, para así renacer de nuevo, donde de aquello que fuimos solo quedara una huella, que borrara el viento, que no sabemos de dónde viene, y como el espíritu que nos habita sopla, sin saber a donde luego nos conducirá. El espíritu santo le habla al místico en los silencios y las señales, mas este responde dando su testimonio por la palabra. Pues… “De cierto, te digo que de lo que sabemos hablamos y de lo que hemos visto testificamos (juan 3-11)

LA RELIGIÓN o LA NADA
¿Qué finalidad tiene la religión para nosotros?

Esta es una nueva era que debemos alumbrar: cada uno con nuestra luz, y no ensombrecer con nuestras tinieblas, pues la deberemos salvaguardar del fuego de nuestras propias llamas.

Nos preguntamos ¿qué es la religión?, y por supuesto, digo religión cuando de lo que quiero decir es dios. Sin embargo, refiero aquella por ser el medio que conocemos primero a dios, nos lo muestra y habla de él, mas luego y al ir madurando cada uno tomará la que será su senda. Aclarado esto, podemos considerar la pregunta ¿qué finalidad tiene la religión para nosotros?, ¿por qué la necesitamos?, y vemos que por sí misma la pregunta puede ser obviada, por los que están en la fe, pues ya están; pero también por los que no están en la fe y niegan a dios; sin embargo, esto plantea un conflicto a los últimos: pues el principio de toda negación es que se sustenta sobre aquello que niega: una afirmación y, por tanto, se ha de reconocer esta primero. No podemos reconocer “la nada” sin negar al “ser”, entiéndase: habiendo primero reconocido al ser, lo negamos, y en su ausencia encontramos, o reconocemos la Nada, pero no como algo (una nada: algo que queda), sino como ausencia del ser. Luego podrá parecer, sobre todo a aquel que no piense demasiado al respecto, que la religión parece ser algo que no necesita la persona que se plantea la pregunta anterior: ¿por qué necesito la religión?, pero el mero hecho de formularla ya equivale a admitir cierto desconocimiento, y debido a lo que ignora: no se ha convertido aún para este en una “evidente” necesidad; entiéndase: se reconoce que pertenece a la naturaleza de la religión el hecho de que esa persona la necesite, pues sin dios, no tiene sentido su negación (o afirmación de la Nada). Así, donde quiera que se encuentren individuos planteando preguntas similares a estas, o negando a dios, ahí también emerge la necesidad de la religión: y de dios. En suma, la relación que se tiene, por algunos, con la religión se muestra como una contradicción (como una contradicción misma es la Nada): cuando de cierto es, que para quienes no es dios (negándolo) una necesidad evidente... precisamente, más evidente por esa misma razón, es una necesidad. 

Como premoniciones de la cruz que han de portar sus hombros, todo gran filósofo y científico necesita horas solitarias que aguijoneen su sensibilidad y auspicien su fantasía. Ha de abrigar un amor fecundo hacia la abstracción y ha de yacer sediento de verdades puras. (Carlos Blanco - La fuente de todo anhelo). No es fortuito que comience con estas palabras de Carlos blanco, extraídas de su ensayo, incluido en el libro: la belleza del conocimiento… pero ¿por qué necesitamos el conocimiento?, ¿Por qué necesitamos el arte? Nos dirán algunos que son necesarios para el progreso de la humanidad, los primeros; y otros que lo son para la felicidad de los hombres, los segundos. Sin embargo, esto no implica que no podamos pasar y vivir sin ellos (Nishitani – La religión y la nada): cabría decir entonces de estas: conocimiento y arte, que son un lujo a la vida de las personas, como demuestra la realidad de occidente. Lujos y distracciones, los primeros, que nos hacen olvidar el verdadero valor de lo necesario, y las distracciones, que nos hacen desconocer y obviar las necesidades de los más necesitados, además, de aquello mas imperante: no solo para vivir bien, sino igualmente para poder algún día morir bien… “He estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio” (Johann Wolfgang von Goethe, Fausto)…

Nadie se dirigirá a otro para preguntarle por qué come: aunque uno puede preguntarse por la utilidad de cosas como el alimento para la vida, o por la utilidad de los conocimientos y las artes para la cultura y las distracciones. Sin embargo, la necesidad de la religión quiebra el modo de ser cotidiano, y esto la sitúa al margen de cosas como la cultura, pues no podemos entender la religión desde fuera de sí misma. El único modo de entenderla es por medio de la propia búsqueda, hacia nuestro encuentro y comunión con dios: su espíritu; no existe otra forma. Luego preguntar cuál es su fin, ¿qué es la religión para nosotros?, es el mayor error posible, en tanto delata una actitud que intenta entenderla, al margen de la que es su razón en nosotros: la propia búsqueda. De modo la pregunta debe ser sustituida por otra, en sentido opuesto, que lleve a cabo esta sustitución —no hay otro camino que pueda conducir a una comprensión de la religión y al propósito que sirve— que la que nos plantea, ¿con qué fin yo existo?, ¿con qué fin fui creado? Podemos preguntarnos de cualquier otra cosa qué fin tiene para nosotros, pero no cuando se trata de dios / o la religión. Pues el fin de esta es reconocer nosotros a dios que, en el caso cristiano, es reconocer a su hijo, nuestro señor Jesucristo, su pasión y sacrificio por nosotros y nuestra salvación, para poder recibir el bautismo en espíritu y con este, nuestra salvación. 

En lo que se refiere a las demás cosas podemos hacer de nosotros mismos un dibujo como individuos, como hombres o como humanidad y evaluarlas en función de nuestra vida y nuestra existencia. Podemos ponernos en el centro de todo y medida del significado de todas las cosas como contenidos de nuestras vidas en tanto que individuos /hombre/ humanidad. Sin embargo, la religión altera la postura desde la cual nos pensamos como objetivo o propósito y centro de todas las cosas, pues en lugar de eso se ha de plantear, siempre como punto de partida, ¿con qué fin existo?, para el que solo hay una respuesta cuando se está en la fe…

Pero advertimos la religión y a dios como necesidad, solo en los momentos en los que todo lo demás pierde su necesidad y utilidad. Cuando en última instancia, nuestra existencia y la vida humana carecen de sentido; o bien, y ¿si todo tiene un sentido o significado, dónde lo encontramos? La búsqueda religiosa se despierta en nuestro interior cuando empezamos a dudar de aquel sentido de nuestra existencia en la forma que por otros nos ha sido propuesta en la sociedad, cuando comenzamos a cuestionarnos a nosotros mismos y nuestra función en esta: pues no hallaremos nada en ella o en nuestras obras. Luego estas preguntas se hacen manifiestas cuando se resquebraja nuestro modo de vida, yéndose todo a pique, y se trastoca aquel modo de vida que nos situaba, aparentemente, en el centro de todo. Por eso, la pregunta por la religión, en la forma ¿por qué la necesitamos?, ciega el camino a la propia respuesta, porque impide que lleguemos a ver la necesidad de cuestionarnos a nosotros mismos

En aquel momento en que todas las cosas necesarias para la vida, incluidos los conocimientos, las artes y distracciones, pierden su necesidad y utilidad, frente a problemas acuciantes como la muerte, la duda o el pecado, o como resultado de la pérdida de un ser amado o el fracaso de una empresa en la que lo había arriesgado todo. Todo aquello que una vez le había sido útil: conocimientos y distracciones ya no nos sirven para nada. El mismo proceso tiene lugar cuando uno se encuentra cara a cara con la muerte y la propia existencia pone de relieve el trasfondo o imposibilidad cuando dudamos si habremos sabido conocer el valor real de todas las cosas multitud de preguntas surgen a la vez: un caos ¿por qué he estado vivo?, y no tanto ya de donde vengo, sino más bien… adónde voy. Aquí asoma un vacío que nada en el mundo puede llenar, un abismo se abre en el suelo bajo nosotros, sobre el que uno se sostiene flotando como una pluma en el aire, sin saber qué pasará. Frente a este abismo, ninguna de las cosas que constituían hasta entonces la sustancia de nuestras vidas conservará su utilidad.

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