Buscar La Nada
Por qué me hago preguntas.
Por qué desconfió de todo.
Por qué me pregunto ahora por la Nada.
Tiene algún sentido hablar de la nada hoy.
Observemos el nombre de aquello de lo que ahora vamos a tratar; luego qué quiere decir aquello sobre lo que vamos a tratar, y finalmente fijémonos en el título del texto; en resumen: ¡Nada!, ¡Nada!, y ¡Nada! Podríamos entonces dar ya el tema por resuelto, si fuésemos inteligentes: pero somos humanos.
Negando y rechazando el sendero que conduce al pensamiento por la vía extraviada y errática de la Nada, Parménides abrió la primera brecha hacia, quizás, la más incipiente y genuina cuestión, pero a la vez igualmente vacilante, cuando no a su sentido: la más injustificada de todas ellas. La piedra de toque más dura, para probar el carácter del pensar y en ello no desvariar. Una cuestión a la que se acercaron en el pasado algunos, luego advirtiendo sobre aquel funesto aspecto de ella, pero que hoy igualmente se estudia y otros buscan, pero solo encuentran aquellos que antes fueron ‘encantados’ o cayeron a la sombra de sus dudas, y habiendo buscado a todo un sentido racional, buscaron también sentido (al ser) donde no había… justo en aquello que no lo tenía: luego en aquella oscuridad y abatidos por la verdad, solo la angustia y perpetuar al hombre en su orfandad, cabía dar algún sentido a sus vidas. Pues de tan caprichosa búsqueda no hallaron jamás fruto, sino un enorme despilfarro de fuerzas a justificar, sumado a la impotencia que habría de ocasionar este 'en vano', vivido luego y secretamente como decepción, ante una presunta «verdad» que al final no lo sería: la creencia en la negación absoluta, que remediaba y llenaba otro vacío dejado antes por la mayor: la ausencia ‘en ellos’ de Dios y, por tanto, de esperanza ni vía.
1
Por qué me hago preguntas
“La juventud —decía Rousseau— es el momento de estudiar la sabiduría; la vejez, el de practicarla”. Recuerdo la primera vez que compre un libro de filosofía: Nietzsche, humano Demasiado humano - 1886, donde revelaba, a su modo claro está, el padecimiento del hombre. Para mí, amante de la astronomía y la naturaleza, entonces con tan solo 16 años de edad y que no quería estudiar —al menos lo que no me atraía— fue como descubrir otra dimensión antes desconocida, tan intrigante como el propio cosmos que por aquel entonces estaba descubriendo en la asociación astronómica de mi pueblo (Barbera del Valles). Desde entonces y a la par, libros de filosofía, astronomía y cosmología saturaron las estanterías de mi habitación, y ahora la memoria del ordenador. Leer, muchas veces sin entender, y volver a leer, y leer y releer a otros que explicaban aquello que no entendía: envuelto en esa felicidad absurda, que con el tiempo entendemos nos da el conocimiento parcial e incompleto de las cosas. Lo cierto es, que de ese modo ha transcurrido hasta hoy buena parte de mi vida, entre libros escogidos: nunca obligados, salidas a las montañas, y viajes a selvas, desiertos y volcanes, sumado esto a una creciente afición tardía por las plantas y la jardinería.
Pero entiendo que mi caso no es único —y no refiero mi afición tardía—, pues son muchas las personas, que en algún momento comienzan a advertir esa terrible seducción, hacia temas que van más allá de su quehacer cotidiano. Digamos, que son seducidos hacia cuestiones, digamos “metafísicas”. Preguntas, que como a otros en el pasado y desde tiempo inmemorial han inquietado de manera fabulosa tanto a comunes como notables, pues todo ser humano, en algún momento de sus vidas, siente de esa necesidad de saber, saber de algo y practicar eso que llamamos filosofía (incluso sin ellos mismo saberlo) haciéndose preguntas e intentando comprender a los otros y comprenderse a sí mismos, cuestionando su origen o el del mismo cosmos. En palabras de José María Calvo, “el ser humano es filósofo por naturaleza, y si se le ofrece la oportunidad se hace preguntas a todas las edades” (Calvo, 2003: 36). Luego, es un hecho, que comprender la razón de las cosas, en tanto a estas cosas son, se nos representan y las entendemos, ha llevado a dotarnos de valiosos mecanismos por los cuales se nos premia, recompensando ese entendimiento. Pero esta hambre de saber no tendría razón, si no partiese de una necesidad real de conocer las respuestas: una necesidad tan real que no deje dormir. De ahí, que algunas personas empecemos a problematizar aquello que se da por sentado, cuestionandonos a partir de nada, de la falta y ausencia total de saber que muchas veces experimentamos: una carencia de conocimiento de la que el ser humano se sabe objeto y a algunos caracteriza y distingue, pues “para apropiarse de un problema no es importante entenderlo, hace falta sentirlo, y sentirse amenazado por él” como afirma José María. En este sentido, digamos dramático, se origina mi preocupación por la Nada —mi rechazo firme hacia ella, frente la aceptación exánime y apática de esta por parte de otros— y que me pregunte, más allá de preguntar o de preguntarme por la misma Nada, ¿por qué la buscamos la nada?, o mejor también sería decir: por qué algunos la buscan. Es evidente que no anda entre nosotros, ni más allá de nosotros, en el vacío del universo, como la propia ciencia demuestra al analizar el vacío.
Entonces por qué insistimos, concediendo parte de nuestro tiempo y vidas a esa no-cosa. Qué buscan realmente, o mejor dicho: por qué algunos necesitan más “la Nada que no está en el mundo”, en lugar del amor y de la luz que los ilumina cada día “que sí están en el mundo”. Pero, y sobre todo, cabría preguntarse y preguntarnos, por qué la Nada solo es hallada luego por quienes la atestiguan en sí mismos: en la angustia de sus corazones. Aunque (como mas adelante explicamos) esa Nada que refieren no es la Nada Absoluta: “no puede ser”, es otra nada o tipo de Nada, subjetiva y creada por ellos mismos que luego han y hemos idealizado —por cierto, muy útil para algunos intereses— pero que nada tiene que ver con la Nada Absoluta, sino más con una ausencia del sentido propio de la vidas, que por cierto se precisa imponer, o nos quieren imponer sin que seamos plenamente conscientes de ello: espero dejar esto claro, como igualmente claro está, “que sirve más a ser encaminado, quien no encuentra sentido y camino a su propia vida”. A mi modo de ver pienso —y lo diré de forma escueta y no con mis propias palabras— tal y como decía S. Juan, “esta es la condenación (de muchos todavía): que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”, (J 3:19-36). Pero igualmente entiendo, y es la razón de estos escritos: que cabe iluminar con luz este lóbrego paraje donde tantos se extravían.
2
Por qué desconfió de todo
Entiendo que algunas personas, si escribo citas del nuevo o antiguo testamento tratando un tema de filosofía se puedan extrañar y dibujen una sonrisa en su rostro, eso no es “malo”: solo pido el beneficio de la fe, en lugar del de la duda, aunque sea solo por esta vez. Pues, lo realmente “malo”, además, de poco coherente, es criticar las cosas de antemano sin conocerlas, lo que conduce a una lóbrega lucidez vivida en la ignorancia, que nos aleja todavía más de la verdad. Por cierto, Heidegger también cita la Biblia (Mat. VIII, 18) donde
se dice que ‘viéndose Jesús rodeado por numeroso pueblo, les significó que se trasladaran al
otro lado del mar’(«Videns autem Jesus turbas multas circum se, iussit ire trans fretum». La traducción utilizada por Heidegger es de
Lutero; y el sentido "primero" de este fragmento es mostrar como el significar, en latín (iuber) nunca es un mandato. Con mayor precisión se acude al verbo en griego que
representa –y es aquí donde debemos llegar– «poner en la carretera, ponernos en camino»
(Heidegger, 1964: 114)
Y en este mismo sentido: hablar libremente y citar a dios, sería igualmente maravilloso que algunos de esos grandes hombres de ciencia —a los que muchos leemos—, tuvieran el mismo “fair play” cuando hablan de Dios, que cuando lo hacen de la energía oscura o la Nada, pero desgraciadamente no es así. El vago conocimiento, la simplificación o los argumentos sesgados, sumado muchas veces a la ignorancia remitida en torno a algunos presupuestos elementales de la discusión filosófica y teológica y la propia escuela: o una línea de pensamiento fosilizado (alimentado en las mismas universidades), e incluso la pura y simple mala fe, están a la orden del día cuando los científicos abandonan su campo o especialidad, e incursionan a cuestiones que lindan con la religión. Valga el ejemplo de Krauss, animado por R. Dawkins y del que aquí en estos textos trataremos, aunque sea por encima, donde se observa y advierten estos lamentables extremos: declaraciones oraculares, iguales o similares a otras, que igual que las suyas y principalmente localizadas en libros (casi siempre de divulgación científica) y escritos por eminentes científicos, son más efectivas y dañinas que cien páginas de densa argumentación, pues aquel tono misterioso y exegético utilizado y gran ubicuidad por su propagación en el ámbito de la divulgación, les da un aire de cierta notabilidad o jerarquía, donde nuestra, siempre, mesurada respuesta difícilmente pueda contrarrestar el efecto nefasto producido por aquellas sentencias, y que los espíritus más cultivados alcanzan a entender: de consecuencias nefastas, mientras los más ignorantes son turbados por esa imagen científica de eternidad y determinismo, que algún ilustrado como Simón Laplace nos presentaba como diametralmente opuesta a la religión. Razón esta, y que sumada a otras, es por la que me veo casi siempre en la obligación de dudar y desconfiar de todo aquel que viene con alguna nueva certeza.
Aunque, quizá “desconfiar de todo” no sea la expresión correcta, pues parece que se afirma dudar de la propia razón y juicio, pues al desconfiar por completo de la propia razón, también estaríamos desconfiando, y más radicalmente, de la razón de los otros, o de cualquier producto que la mente nos dé del mundo. Luego esta aptitud, de dudar y desconfiar de todo, literalmente, aunque tenga su vaga razón, podría conducirnos erróneamente a afirmar, primero: que ninguna verdad (lo es) salvo la mía o nuestra; y segundo: que ni en la mía, en mi verdad, hallaría toda verdad condenándome de ese modo a mejor no pensar ni decir nada, a fin de evitar juicios erróneos por incompletos.
Sin embargo, para mí es natural esta actitud, digámoslo en otras palabras: de cuestionarlo todo y a todos, y solo tengo que echar un vistazo al pasado, incluso al pasado más reciente, donde nada me revela que en adelante las cosas puedan ser diferentes, más cuando la misma historia (historiografía/ciencia) me da la razón: si no es más contundente todavía: en tanto a mostrarnos, como aquellas certezas que se creían inmutables permaneciendo por siglos, finalmente eran suplantadas por otras certezas más precisas, aunque igualmente incompletas. Luego, lo que antes tardaba siglos en cambiar hoy lo hace apenas en unas décadas, y es en este sentido cuando parto de la “certeza absoluta” que actualmente todo conocimiento de las cosas es incompleto y, por lo tanto, las interpretaciones o explicaciones posibles acerca de esas mismas cosas: qué son, a qué sirven, su razón de esas cosas, es igualmente “incompleto” más allá de aquel relativo conocimiento de estas (cosas), y concernientes a nuestra incapacidad de entenderlas, entiéndase: qué son realmente, pues lo que entendemos de estas cosas lo es: en relación directa a nuestro entendimiento y / o capacidad de entendimiento, mas “no sabemos casi nada”, y esto lo firmaría ante notario cualquier físico. Pero, diría que incluso más importante, es que parto de la premisa sobre nuestra mente, y a la vista está: poco evolucionada todavía, pues somos una especie apenas salida de las sombras, pero que aún camina al abrigo de las propias, huyendo de la luz: una especie egoísta que manipula, esclaviza y destruye cuanto pisa incluso a sus propios semejantes: a veces vecinos y hermanos. Y no hablo exclusivamente del pasado remoto, pues la misma historia ha registrado períodos de crueldad y eventos de extrema barbarie, que pondrían en duros aprietos a cualquiera que pretendiese rebatir el salvajismo inherente a nuestra especie, así como los argumentos de quienes entienden aquella concepción más pesimista del hombre; y como dije, no hay que mirar muy atrás en el tiempo, para observar localizar el origen de donde nos encontramos, y la deriva hacia la que nos dirigimos:
Durante el siglo XIX la humanidad ingenuamente había depositado sus esperanzas en la ciencia, pues ahí hallaron una nueva promesa de redención para los males del mundo y las limitaciones del hombre. Pero el siglo pasado se encargó de poner final abrupto y macabro a tales esperanzas, siendo particularmente ejemplar a la hora de mostrar el catálogo de los horrores propios a nuestra especie. Los cien años que cerraron el segundo milenio, sobre todo gracias a la ciencia (les recuerdo las dos bombas atómicas lanzadas, guerras sin fin, y avances en armamento) han sido pródigos en alumbrar —a quienes todavía mantuvieran sus dudas— aquellas circunstancias que exhiben un singular y profundo horizonte de maldad y ensañamiento de nuestra especie, llegando a instrumentalizar (racionalizar): habiendo normalizado procesos de arresto, custodia y exterminio sistemático de semejantes. Un siglo y una ciencia venida del iluminismo, que lejos de curar los males y limitaciones de la humanidad, como prometía, solo había servido (y sirve) para instrumentalizar y someter a personas desde la revolución industrial, e incrementar exponencialmente la capacidad de autodestrucción la especie, como del propio planeta que habitamos.
Luego es cierto, que algunos hablaran de adelantos médicos: más todos son insuficientes, solo para compensar el daño mismo y enfermedades que causa la nueva ciencia, o lo que, ingenuamente, algunos llaman adelantos, y que ha convertido continentes enteros en basureros. Pero lo peor de todo es, que aunque nadie ve hoy la ciencia como una nueva religión, esta sigue siendo aquel lugar donde muchos espíritus contemporáneos e ingenuos, sepultan sus sentimientos hacia dios. Pues aquel viejo dogma de que la ciencia ha vaciado el cielo de Dios, o el grito nihilista (de una filosofía sometida) de: dios ha muerto, siguen todavía arraigados entre la gente, incluso cuando es aceptado que el positivismo no ha conseguido entronizar nada (y por supuesto nada mejor) en su lugar, y la filosofía actual ejercida en las universidades, tiene poca o ninguna utilidad, habiendo dado la espalda por completo a la realidad y a las personas comunes. Habiendo asumido ambas: ciencia y filosofía, el rostro amargo del desengañado, aunque todavía aguanten, y pretenden seguir haciéndolo, sobre todo a costa de una juventud cegada y sumida en la falacia de unos universos artificiales, semejantes a cárceles de cristal donde es reprimido todo aquel anhelo de trascendencia, que habita los corazones de cada ser humano.
3
Por qué me pregunto ahora por la Nada.
Creo que la respuesta a la pregunta, está siendo bien expuesta, pero porque ahora me pregunto por la Nada. Como entiendo y afirmo de los párrafos y textos anteriores: el conocimiento es un edificio que se levanta con el tiempo. Por ello y aunque la Nada me ha intrigado desde muy joven, preguntándome por ese espacio aparentemente vacío entre las estrellas, y más allá de las galaxias observables, nunca antes me atreví a cuestionarme seriamente, y menos aún a escribir públicamente acerca de ella, pues si la cuestión ya me planteaba de adulto profundas y apasionantes cuestiones, y aunque nadie aparentemente parecía hacerle mucho caso —unos la detestan y otros la ignoran— lo cierto es que pronto observé, que todos se acercan a ella en algún momento de sus vidas o carreras, aunque sea solo para manosearla, aunque también los hay haciendo de ella su guía y/o razón de ser verdadera; encontrándose, por todo esto como una tela de araña sustentada, que pende de muy heterogéneos hilos—unos más flojos que otros —alimentados estos, por la física, filosofía, matemáticas, astronomía, cosmología, lógica, matemáticas: lo que resulta, que hablar hoy de la Nada, es irrumpir en “todo”, guerrear contra “todo” y hacerlo contra “todos” y más aún en el ámbito sajón, a la orilla de la ciencia. Precisamente por esto, y para poder obrar con cierta propiedad, que no certeza de “la Nada” incursionando en ese todo, se prioriza de un cierto bagaje y nociones “transdisciplinares” o sustrato de conocimientos: lecturas y nuevas nociones actualizadas y asimiladas, incluida la teología, si queremos ser justos y ecuánimes, además, de una actitud holística que permita entender qué es la Nada (si es esto posible, o mejor aquello que nos quieren decir y pretenden con ella, los la promueven) desde toda perspectiva que se dé y reconozca abierta a considerar (hipótesis) y de ese modo poder luego refutar: tanto la Nada... como igualmente “la idea” de esta.
Sobre lo acertado o no, de preguntarme ahora acerca de la Nada y desde mi perspectiva, el enriquecimiento que supone esta incursión ya de por sí lo justifica: al alzarnos hacia los límites o fronteras del pensamiento. Pero, además, encontraremos que la Nada no es tema marginal, estando hoy presente en los temas más candentes de la actualidad, cuando su importancia —nos dicen— inicia en la misma consideración del origen del Universo, la vida y el hombre, así como todos los cambios reales y abstractos de nuestra realidad social, se puede entonces entender mejor mi actitud; y más aún, cuando algunas interpretaciones de la Nada actualmente, observo, abren las puertas a la instauración de la (no diferenciación) entre el Vacío y Nada, diluyéndose la una en lo otro —no reconociendo aquello (la nada) en sí mismo, sino como lo conoce o le parece al hombre que lo conoce— y así, nuestra relación con la Nada, hoy resurge re-haciéndose a partir de un fondo indiferenciado, donde pronto no se distinguirá lo uno, de la otra: el vacío, de la Nada. Quizá, todo lo que aquí pretendo pueda entenderse y resumirse a partir de una línea de pensamiento sencilla, y que se mantendrá en todos y cada uno de los siguientes textos: “la Nada, abierta a todas sus posibilidades” incluido, por supuesto y sobre todo ((el de no-ser)), pues es su verdadera esencia (no-ser), en tanto: hay ser. Pero no sin antes considerar y tratar cuántas posibilidades y exposiciones sean necesarias escuchar y luego, si es posible refutar. Pues la Nada (y, por tanto, el ser) aunque muchos no lo consideren así, no es ya tema única y exclusivamente de confrontación y formación académica; reconociendo en ello, en su estudio, la existencia de nuevas posibilidades y concepciones (reales o metafísicas) que sin necesidad de verlas unas, o deduciéndolas de forma indirecta otras (como habíamos hablado sobre la propia ciencia cuando estudia más allá de nuestro planeta / con esa intuición o clarividencia) e igualmente no cerrando puertas, admitamos esas otras posibilidades válidas del pensar y la existencia, de llegar más allá y ver más lejos de lo que hacen otros.
Pero ¿Qué quiero decir con esos otros? Pues, que cuanta más formación y cátedra más se radicalizan las posturas y posiciones enfrentadas hacia un lado y otro de lo inamovible: cientificista o filosóficamente hablando, obviando unos y otros las posibilidades que se le ofrecen desde el lado contrario, o desde el propio canal o perspectiva teológica, para mejor razonar y priorizar una mente abierta y no cerrada, esta última muy propia de las escuelas (filosóficas y científicas actuales) pues es lo que medra y razón última de las universidades hoy: el pensamiento único y no critico, amputando cualquier voz o aniquilando cualquier otra forma de pensar que no sea en línea a escuela o pensamiento dentro del actual paradigma, observando esto sobre nuestros jóvenes estudiantes, fáciles de manipular y dominar, y quien tiene el dominio tiene el poder. Por consiguiente, se debe atacar la raíz misma del problema, enfrentando cara a cara aquella concepción que pretende erigirse en única portavoz de una ciencia que ya nada promete, salvo ese vacío que queda, como una ciega y amarga desesperación que destruye y borra la luz del mundo.
Pero es precisamente, y sobre esta triste realidad de nuestra mente antes ya mencionado: siempre perversa (entre otras muchas y mejores o peores cosas) cuando debemos entender, que todas aquellas interpretaciones a cuantas cosas queramos concebir o dar: de esas mismas cosas, lo son, desde y a esa misma mente igualmente pobres, esquematizadas, vagas y propias de un “individuo: poco evolucionado y manejable, sumiso y obediente” que las percibe y describe… pero es incapaz, de hallar en ellas la propia luz, solo hallando en su representación oscuridad y tinieblas: la Nada. Pues esta búsqueda estéril de la nada que se ha dado en la filosofía, y su absurda interpretación, no sería mal ejemplo: revelada, como hija del hombre moderno y su tiempo. Un hombre y un tiempo (postmodernidad) donde se rehúsa todavía la luz y solo se busca refugio y razón en las propias sombras pasadas y presentes: en la oscuridad, en la nada, mientras la diosa-ciencia no espera otra cosa que prevalecer, perpetuando para siempre al ser humano en su orfandad.
Pero me quedaría corto, muy corto, solo al decir que este individuo (el ser humano) apenas atisba reflejos y no percibe la esencia, y menos la comprensión completa de nada de lo que le rodea, observa o toca: sea la luz o las cosas bañadas por esta, así como de todas aquellas sustancias y cuerpos que no ve, ignora o niega, y que de estar a otro nivel cognitivo —esperemos esto sea en un futuro posible— serían interpretadas y entendidas de forma muy distinta, más aproximada a la realidad de su ser y razón de ser. Sin embargo: “El hombre mejorará no solo cuando se le muestre lo que es, sino cuando él lo acepte y entonces, igualmente, vea lo que puede llegar a ser”. Este hombre entretenido y fascinado en buscar otros planetas mientras destruye el propio y que piensa en descubrir civilizaciones lejanas en lugar de acabar con la miseria y el hambre de sus semejantes: está condenado, al menos, mientras insista en ser, en lugar exhortar aquello que puede llegar a ser… pues no hemos evolucionado en absoluto, y solo hacemos las mismas cosas que hace milenios (sobre todo destructivas) en mayor volumen, mas rápido, más lejos y más eficientemente que en el pasado. En resumen: llevados por la tecnología, extendemos nuestras sombras y horrores sobre el mundo y los seres que lo habitan, e incluso ahora más allá.
Pero este desafío es tan vasto que de nada sirve oponerse a él con fórmulas genéricas, cuando la ciencia convertida por algunos en una especie de fondo de saco metafísico, no está del lado de las personas, sino de otros intereses. Aunque tampoco cabe negar que la ciencia posea un cierto filo filosófico: valor que no se debe desdeñar ni mucho menos sacrificar, pues una ciencia que diese por completo la espalda a la realidad y no pensase sería todavía más desfavorable, que una ciencia, como lo es hoy, en buena parte cegada a la trascendencia. Por tanto, no parece descabellado que destacados hombres de ciencia se hagan preguntas que entren de lleno en lo metafísico y hasta en lo teológico, como en ocasiones ya ocurre, pero cuando llegan a este punto fronterizo de su indagación, estos tienen que saber relativizar los métodos que antes y en otras circunstancias habían aplicado con éxito. Pues se disponen a transitar un “limes” movedizo y desconocido, en la frontera, o incluso más allá de los confines de la razón, donde no hay fórmulas preestablecidas para despejar incógnitas.
4
Tiene algún sentido hablar de la nada hoy.
Quizá, otra muy buena pregunta sería preguntarnos, por qué estamos hablando hoy de la Nada, y no hablamos de la felicidad, sobre la luz o la armonía del universo. Qué sentido tiene (para nosotros) hablar hoy de la Nada: de lo que no existe, y de lo que —la lógica nos dice—tampoco podemos hablar. Estas palabras al principio del texto son por una buena razón: observemos el nombre de aquello de lo que ahora vamos a tratar; luego, qué quiere decir aquello sobre lo que vamos a tratar, y finalmente fijémonos en el título del texto, en resumen: ¡Nada! ¡Nada!, y ¡Nada! Podríamos entonces dar ya el tema por resuelto. Sin embargo, no es así: ni de lejos parece estar el tema resuelto.
Lo cierto, es que no es tanto la necesidad de hablar de la Nada como lo es, y la lógica aconseja: tratar de nuevo el tema de la Nada. Sobre todo, debido al desconocimiento y desconcierto manifiesto, en tanto, a esa «Nada» harto manoseada, y que habiéndonos cuestionado tantas veces por ella, de manera prosaica y ramplona, parece estar más presente que nunca: planeando de un lado a otro de forma errada en el mejor de los casos, pero igualmente filtrándose (acaparando esferas) cada vez más hacia todas las capas de la sociedad, donde se esgrime su nombre de forma ambigua o fuera de lugar, no como aquel absoluto, que se define como ausencia / inexistencia: "lo que no es". Y que observamos habita hoy “desubicada” en un espacio “siendo” en lo finito de cada Ser que la nombra. Pero la pregunta es: ¿Tiene sentido hoy hablar de la Nada?, y la respuesta es por supuesto: es preciso discutir y aclarar sobre lo que este nombre dado (la Nada) representa, pues parece que nos hayamos olvidado que ya fue desestimada (como absoluto) mientras la realidad es otra: “se la considera”, si bien no parece que hablemos de la misma nada o Nada (absoluta).
La Nada absoluta ha sido, o fue (tras ser concebida su idea) por siglos, ocultada, y negada a lo largo de la historia. Curioso parece ahora, cuando nos quedamos huérfanos de ideas y espíritu, ante la magnitud de aquellos límites del universo que muestran nuestros instrumentos, que aflora de nuevo aquella idea: la Nada; quizá, y unas veces, como alternativa al deseo de esclarecer, cuando no, aflora sobre ella el deseo de aparentar: al punto de pretender monopolizar esta hacia propios interesas. Pues la Nada, hoy parece ese espacio (vació) propicio a los nuevos inicios, y nicho para nuevas ideas: la Nada se hace presente hoy no solo en la negación, lo hace simbólicamente también en las matemáticas: en el cero; en la física: en el espacio y en el silencio, acaparando y a la vez agotando esferas. Luego agotadas todas las esferas, o posibilidades, finalmente, la Nada que nos queda es aquella misma Nada que nunca más quiso enfrentar (la nada absoluta) y que quizás, incluso la filosofía tema reconocer, pues esta nunca podrá revelar lo que comparece en revelación, pues no viene dado en palabras. Luego palabras son solo palabras y nunca revelación de Nada… es luego la fe y solo por la fe que hallaremos revelación en ellas (en las palabras).
SIGUIENTE: Entender la nada, para luego entender la Nada,
© Copyright 2023 / Jorge Maqueda Merchan/ Jordi Maqueda- All Rights Reserved
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada 3.0 España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario