EL ABSURDO DE HABLAR DE LA NADA: HABLAR POR HABLAR DE LA NADA
Desde aquel primer acontecer de sentido de la nada, algunos entienden que falta mucho por decidir si el horizonte de la Nada es un horizonte habitable en todo su sentido práctico o existencial: que no lo es, a mi parecer; asi como igualmente, y a mi parecer, entiendo también esta actitud absurda. Aunque es posible pensar, y pensar la Nada, pudiendo constituirse en un horizonte desde el cual es posible vislumbrar algo: aunque no se sepa muy bien que es. Creo que el pensamiento debe empezar por acallar la urgencia y luego por lo más fundamental, comprender. Pero ¿es posible comprender lo que no existe, ni puede existir?, ¿es posible explicar o hablar de lo que no existe?
Lo peor que te puede ocurrir si estás hablando de —cómo es (no-siendo) y dónde está (no-estando) — la Nada, es que un niño fije su atención en ti y, mientras explicas aquello que ni tú mismo concibes o entiendes, este interrumpa y pregunte: de qué hablas. Posiblemente, el niño con esa lúcida ingenuidad propia de la infancia, haya percibido que algo —y ciertamente es así— no tiene sentido, y estás hablando de una “cosa” mientras te esfuerzas en explicar que esa misma “cosa” no es. Por suerte para los padres, esa lucidez inquisidora desaparece paulatinamente con la edad, créanme, pero el niño no anda mal encaminado.
Como refiere John D Barrow: El Libro de la Nada "la pregunta es razón suficiente para escribir un libro". Pero la cuestión entonces es la siguiente: Cómo podríamos hablar, saber y menos escribir sobre algo que, no solo no existe, sino que no existió jamás — al menos que sepamos—, pues no tenemos conocimiento de ella ni de su existencia. En situaciones normales, podemos hablar de algo que existe y podemos también hablar de algo que no existe, pero existió con anterioridad y conocemos, aunque sea vagamente por referencias —otros lo vieron, descubrieron— o bien, porque existen pruebas. Lo cierto, es que los niños pueden estar siempre distraídos a sus cosas, no muy atentos a lo que dicen los mayores —o eso creemos— pero, aunque habiten el reino de la fantasía a esas tiernas edades, parecen distinguir claramente todo aquello que proviene de ese otro reino, que tan frecuentemente moran los mayores: "el reino de lo absurdo". De modo, que si insistimos, como insistimos tantas veces, en explicar —como en este caso concreto— aquello que no conocemos y nadie ha visto, que ni siquiera se sabe dónde está, o, si estuvo, o fue alguna vez: es posible que alguna mente joven que esté escuchando se pregunte, y luego nos pregunte a nosotros por aquello que no existe, pero de lo que estamos hablando (no sé si me entienden, en tanto a lo absurdo que queda uno hablando de cómo es algo, que no es ni puede ser, como si lo conociera).
Pero es igualmente posible, como la historia revela, que al escuchar el nombre de “la Nada” en la mente de alguna persona (joven o no) salte un resorte de mecanismos ocultos y ancestrales que alerte, que seguir ese camino nos conducirá hacia “una frontera” —más allá del horizonte de nuestra cultura (configurada primordialmente por la perspectiva de la ciencia y la técnica) a un retorno a unas tradiciones fundadas, en sus inicios, sobre una libertad en términos estrictamente hermenéuticos. —. Pues el propio nombre conlleva reminiscencias arcanas, que hacen que nos volvamos hacia aquello, cuando escuchamos su nombre, aunque no queramos escuchar, y si esto ocurre, ya da igual lo que podamos hacer o creer: la Nada, siempre en tránsito, se presentará como un espejismo ante nosotros, justo en ese espacio donde Nada y Ser colapsan infatigablemente, en un conflicto del que dialécticamente tenemos reflejo en algunos textos, y donde la mente es absorbida y retenida, a veces para siempre.
Pero, y volviendo a la charla, si ya era complicada la noche teniendo que explicar esa Nada como una inexistencia absoluta de algo, “algo” que no existe ni existio jamas, pero que estamos explicando y parece que incluso conocemos. Créanme, la noche se complica, cuando ahora tenemos que explicar: que no existe, aquello de lo que hablamos, y con ello refutar todo lo anterior, e igualmente a nosotros mismos. Pues, no se tratará de explicar la inexistencia de algo, sino más, de explicar razonadamente la no existencia. Llegados a este punto, y si queremos ser formales en aquello que tratamos, vemos que no podremos dar nombre: llamar cosa, o Nada a (nada) pues “no es: no hay cosa” y, precisamente, porque no “es” no puede tener nombre o categoría, ya que ni conocemos, ni podemos conocer aquello (?) en absoluto, como ninguno de nosotros es capaz ni puede hablar de lo que no existe, ni podremos nunca justificar o explicar, de ninguna manera “la inexistencia –de algo” —(“algo, ya sería cosa”)— que no conocemos ni existe, y menos aún deberíamos divagar en conceptos y mecanismos que rayan, cuando no superan, lo inaudito, del mismo modo que a nadie se le ocurre explicarnos sobre la inexistencia de cualquier otra cosa que no existió jamás; pues, y además, con solo nombrar (“algo: su nombre - darle nombre”) aunque no exista, sería empezar a dimensionar: primero, de una forma abstracta / para de inmediato empezar a dar “mentalmente” forma a una idea o concepto desarrollando la identidad de aquello; esto sería: crearlo —(auto crearlo)— nosotros mismos.
Una vez dado ese paso, al “conceptualizar” lo que habremos hecho es traer aquello inexistente al plano existencial, a la vez que nosotros nos sumergimos en un laberinto y, por tanto, sería entonces hablar de una “cosa” o "algo". En consecuencia, y en este caso concreto que tratamos (al haber dado nombre a lo inexistente: la Nada) no estaríamos hablando de aquello que "no es -absoluto", sino de algo ya representado / en nuestra mente “encarnado”, pero que solo cabe existir en la mente de quien la concibe, pues, y repito, en este caso concreto: La Nada, y lo que con ella se quiere decir (nada / como absoluto) más allá de su representación subjetiva, no podrá existir jamás; precisamente, dada la contradicción con lo existente, pues ambas realidades se dan como absolutas, y allí donde existiere “Nada-absoluta” (Inexistencia total o carencia absoluta de todo ser) no cabe el “Universo” (lo existente) siendo, igualmente a la inversa. Resultando: que toda investigación sobre la Nada-absoluta, será una divagación, que en las más de las ocasiones no nos llevará a conclusiones, sino a: Nada. Pero ¿Por qué entonces, tanta obstinación con "La Nada"? (esta, debería ser también pregunta obligada a desarrollar).
Parménides, igualmente, se obsesionó con ella, como otros. En filosofía esto ocurre, más de lo que creemos… “Anduvo, no hace demasiado por el mundo, igualmente, una doctrina que hizo bien y mucho mal: y entre sus males, uno fue el de traernos, un género de análisis donde los hechos se pulverizan con él: “Y el hombre, esta cosa, ¿es una cosa?” Por absurdo que nos parezca la pregunta, hay quienes se la habían propuesto”. (Revista Filosofía, Voz 13, Nu 2 - El hombre de carne y hueso)— M. Unamuno. Por lo tanto, y siguiendo con la no existencia, concluiremos: que despojar a la Nada de nombre en su momento, no pensarla, hubiese sido despojar a esta igualmente de todo: desterrarla, ad eternum de nuestra mente. Pero no fue así, es más, aquí sigue. Entiéndase, que cuando hablamos hoy de la Nada, hablamos, sin duda, de algo… “Algo” circunscrito a la mente, y que en el ámbito de la filosofía se revuelve y niega con todas sus fuerzas a desaparecer: a no existir —curioso esto cuando menos— como, que cada cierto tiempo gusta descorrer las cortinas, revelándose a alguien o en alguien, allá donde en él mismo anida. Precisamente en ese sentido, y a lo largo del tiempo, ha habido quienes han logrado ubicarla y razonarla dentro de su ámbito: Heidegger, Sartre y otros filósofos, que no solamente no la extrajeron fuera de este (su ámbito/concp.) sino, que le dieron dimensión y campo de acción en la mente, lugar y donde medra según estos o en estos, relacionándola con una angustia: o vacío existencial del Ser.
SIGUIENTE: La condición de la Nada siempre se cumple. Una vision científica sobre el vacío y la Nada
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