El Ángel Mensajero Del Señor / The Messenger Angel of the Lord
EL ÁNGEL MENSAJERO DEL SEÑOR
The Messenger Angel of the Lord
Revelaciones (1)
Nunca especulamos acerca de los efectos colaterales de que suceda esa posibilidad, que nos parece imposible, y por imposible y absurda, precisamente, no pensamos nunca demasiado en ella, o en sus consecuencias (esto lo entenderán más adelante). Pero hagamos un ejercicio y pensemos, que nada ni nadie viene a verte —un desconocido o “lo desconocido”— si no quiere algo de ti. De ahí que no se dé la causalidad o “encuentro casual” por más que algunos crean, piensen, y se convenzan a sí mismos de ello. A veces vemos una sombra o reflejo y no sabemos qué es, ni dónde va, o de dónde viene… solo vemos algo que pasa de largo, o desaparece sin que sepamos qué es; y, por tanto, que no podemos entender, pues cuando se pretende observar mejor, aquello desaparece. Pero, si un día caminando tranquilamente, al levantar la vista, ves un león justo frente a ti mirándote a los ojos, y permanece ahí, es que viene a por ti… hace ya tiempo que venía.
I
Hoy, ha pasado poco más de un año, cuando justo después de mi regreso del Kurdistán, fui abordado por algo, que se me hace complejo de explicar, pero menos difícil de describir; y exige prudencia. Fue algo, a lo que pasados unos días no quise dar más importancia, relegándolo a lo circunstancial, pero que “literalmente” más a delante cambiaría mi vida y a mí mismo volviéndolo todo del revés: despojándome de todo lo que era, del mismo modo que se da la vuelta a un calcetín, y dejándome tan desnudo de propósito, como cuando una criatura viene al mundo. No es sencillo, por tanto, hablar de lo que viene a continuación, y menos cuando no se trata solo de uno mismo, como ocurre con los sentimientos, o de aquellas maravillas que, como dije al principio, descubrimos; sino de cuando de lo que se trata es de lo “verdaderamente inesperado” que viniendo a nosotros se revela, pero a su vez no quiere ser encontrado.
II
Con motivo de la pandemia y desde hacía dos años, me había encontrado, de marchar por los caminos de la dehesa extremeña, donde acostumbraba a entrenar en solitario por años manteniendo la forma física, pasando luego a unas Sierras cercanas a micas casa (las sierras de Hornachos /Arroyo /Usera / Calderita / Peñas-Blancas y Calvario de no mucha altura 600 mts.) encontrando en ellas donde mantener un mejor tono físico, para seguir adelante con mis expediciones a los volcanes, mientras disfrutaba de un lugar majestuoso y privilegiado: una reserva natural, donde el hombre lleva más de 5000 años “danzando”, pudiéndose visitar hoy algunas pinturas rupestres. Pero sobre, todo un lugar donde la naturaleza te alcanza “literalmente” permitiéndote en su aislamiento casi total, formando parte de ella, y ensimismarse en la observación de aves y otros animales y plantas, buscando siempre en los detalles y la luz esos estímulos y sensaciones, que pudiesen llevarme a algo, además, de a esa sonrisa perpetua que a uno le surge del corazón, sentado bajo el sol, y con la vista perdida en un horizonte repleto de formas y colores. Pero no sería en la montaña, donde aquel el 27 de diciembre de 2021 me vi sorprendido y abordado, sino volviendo ya a casa, y pasadas ya las 8 de la noche; cuando más contento que un grillo, y volviendo de preparar mi ascenso nocturno de fin de año (costumbre mía) cuando me ocurriese el evento: una situación de la que no tuve elección, o eso creo; pudiendo también ser: que estuviese, precisamente, donde debía estar.
No solo soy alpinista y aficionado a meter la cabeza en los cráteres de volcanes, sino que también me gusta la astronomía: mirar el cielo y ver las estrellas y los planetas en la oscuridad de la noche. Cuarenta años observando el firmamento, con o sin telescopio, de forma solitaria y a ojo desnudo, o con instrumentos en la asociación de la que era vocal desde los 14 años —de observaciones haciéndome cargo, con Josep, del reflector de 200 mm— me permite afirmar que:“no cabe error” en lo que vi, en tanto “lo que no era”: y “no era una estrella”. Y tal como dije, fue volviendo de la sierra, cuando un destello —extraño— por el rabillo del ojo llamase mi atención, luego al mirar por la ventana del coche observé: “un astro que no me parecía un astro”, cuando cerrando los ojos (pestañeando) luego al volverlos a abrir me diese un retumbo el corazón, pues no solo no parecía un astro — pero estaba donde un astro—, sino que al volver a mirarlo pareció reaccionar y moverse… moverse literalmente, pero una forma extraña casi imperceptible en mi dirección (como si el movimiento —de este— no fuese a través del espacio). Tras unos primeros minutos de confusión, donde no sé si de yo empecé a seguirlo, o si me seguía él a mí, y después de 7 u 8 km y parecer haberlo perdido de vista: detuve el coche sobre un puente, con la intención de dar la vuelta y volver a casa, cuando de nuevo algo llamo mi atención, decidiendo bajarme... ya fuera de este y sobre el horizonte, volvió a aparecer aquel astro: y lo que primero me parecía un astro en el horizonte, luego no era un astro y no estaba en el horizonte, y lo que me pareció primero que estaba lejos, ahora estaba frente a mí, sin poder ni saber explicarlo, a tan solo un par de metros. Como quien que te acecha, acercándose en la oscuridad de la noche sobre un puente.
No voy a entrar ahora en los detalles de lo que ocurrió durante aquel tiempo, fuera del tiempo —intuyo que unos quince o veinte minutos— pues como he dicho esto exige de la máxima prudencia, como luego entenderán, y, por lo tanto, tampoco de lo que observé de aquella tibia luz (una llama de candil), más allá de lo sorprendido (e incluso feliz) que me encontraba, como entiendo que lo estaría cualquier otro, de tener ante sí algo tan extraordinario; sin embargo, y del mismo modo que me sentía dichoso y sin noción alguna del tiempo, de pronto: un movimiento corto, pero vertiginoso de aquella entidad —como de una centella: acercándose y alejándose de mí, en un brevísimo un instante de tiempo imperceptible—volviendo luego de nuevo frente a mí en la misma posición anterior, me hizo despertar. Tras aquello, algo hizo que mi instinto despertase, de pronto advirtiendo que era hora de marcharse (igualmente, mi subconsciente advirtió o vio algo que el consciente no podía e ignoraba), pues de pronto el vello se tornó de punta y podría decir que, involuntariamente, incluso me temblaron las piernas: a mí. De modo que lo hice: me despedí de la luz (nos vemos) y me subí al carro a toda prisa, yéndome, y poniendo tierra de por medio, sin mirar atrás.
Volví al lugar los dos días siguientes, pero nada, y finalmente opte por lo prudente quitándome todo aquello de la cabeza de forma racional, encontrando a todo sentido por medio de un sistema ridículo de posicionamiento de estrellas, y giros con del coche entre las curvas de la carretera, que ni a mí me convencía, pero que me ayudaron a pasar página. Sin embargo, empezaron a pasar, primero los días y luego las semanas, sin que extrañamente volviese a pensar en viajes o volcanes (incluso me borre de un viaje a canarias que ya tenía pagado con dos amigos), tampoco volvería a la sierra (después de fin de año y hasta junio, y por obligación) o al gimnasio —al que no había faltado un día en 15 años y hoy un año hace que no asisto— ni siquiera salía a caminar... solo escribía y escribo… las semanas primero y los meses después pasaron encontrándome en un limbo y una desnudez que parecía no disgustarme, pero me alejaba de todo lo que yo era o había sido y hecho los últimos años: y de aquel que fui yo: ahora solo era alguien que escribía. Se diría incluso que era feliz en aquella situación de pérdida (total y distraído*) y sin que la mente se pudiese asentar en idea alguna: más allá de la idea de escribir; sin hacer planes ni tener propósito alguno que vagamente pudiese atisbar: supongo que de haber tenido un trabajo para alguien, lo hubiera perdido, que de hacer videos habría dejado de grabar, como también deje de publicar en mí blogs de volcanes, pero no era escritor… y me puse, precisamente, a escribir, sin saber muy bien por qué, ni de qué escribía, escribiendo de Nada: de la Nada, pero sin saber a dónde ni mis propias palabras me conducían, o qué propósito llevaban.
III
Lo cierto es que mi vida pareció entrar en un estado de pausa o cavilación no consciente, mientras sin saberlo, se conjuraban fuerzas y potencias, que más adelante se habrían de mostrar. Como precisamente ocurriese luego aquel 26 de junio 2022 —y seis meses justos después del encuentro con el lucero— y domingo por la mañana para más señas, cuando al salir de casa de mi madre y al levantar la vista observé maravillado “un cielo nuevo y una tierra nueva 1”, donde los colores y el mundo había cambiado: y el azul del cielo no era azul y eran todos los azules, luego de verde, púrpura y rosado de una brillo y luz asombrosa, en contraste con unas nubes de formas extraordinarias y tonos grises y amarillentos increíbles sobre el horizonte, sumado a un horizonte coloreado de casitas, castillos y pueblos que a lo lejos frente a mí se abría, en un detalle y contraste desconcertante, bañados en aquella luz cálida de primavera como jamás la había visto y sentido, mientras permanecía en silencio con los ojos abiertos como platos y sonrisa de oreja a oreja que no se me quitaba de la cara; y casi no creyendo lo que estaba viendo, vino a mi mente entonces algo que pensé —una estupidez— algunos años atrás: concretamente allá por el 93, en una visita al Rijksmuseum en Ámsterdam, cuando no podía quitar ojo a unos cuadros de Jacob van Ruisdael —aguafuertista holandés nacido Haarlem, igual que mi novia Cristina, holandesa, y que me acompañaba— no siendo capaz de decírselo a ella, pero sí diciéndome a mí mismo y en secreto: lo hermoso que sería vivir en un mundo con esas nubes maravillosas y esos colores. Y entonces, y sin salir del recuerdo, abrí de nuevo los ojos: y allí estaba yo, y estaba el mundo; y estaban también aquellas nubes maravillosas, y estaban también aquellos colores. Pero cuidado: y aquí es donde, de nuevo, tengo que llamar de nuevo a precaución: Como ya he explicado, entre septiembre de 2021 y julio de 2022 se dieron diversos acontecimientos extraordinarios, y reconocibles, muchos de ellos de voluntad de Dios, hasta llegar a la aparición de aquella luz (semejante en su corazón a una pequeña llamita) que sobre el puente me abordó. Luego y a partir de ahí: durante marzo, abril y mayo, empezaron las primeras señales apreciables en el cielo por la noche; hasta llegar a aquel 26 de junio de 2022, donde todo se desataría, entrando yo días después en “tribulación (brutal)”conservando todavía los mensajes que envié a mi primo aterrorizado por lo que veía. ♰ “Pues cuando Dios viene a construir una iglesia —no tengan duda— que el Diablo a su lado construye su capilla” ♰.
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