Dextera Domini: Cuando Tras el Reflejo Intuimos la Sombra de Dios / Acerca de Dios (testimonio) /jordi maqueda

Cuando tras el reflejo intuimos a dios /when behind the reflection we intuit the shadow of god
Dios, God, Gott,Dieu 
(Dextera Domini) San clemente de Tahull, Lerida (Catalunya - España)

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DEXTERA DOMINI
CUANDO TRAS EL REFLEJO INTUIMOS LA SOMBRA DE DIOS

Cuando abordamos contar algo que está en directa relación con uno mismo, e igualmente pretendemos dar testimonio, y contarlo para que otros lo entiendan, parece lógico explicar de nosotros aquello, al menos y en tanto tenga relación con lo que luego se cuenta, y que sin irrumpir en lo muy personal nos describe y describe, de modo conciso nuestra situación frente a los hechos a describir. Esta breve introducción da buena cuenta o al menos, da más que una ligera idea acerca de mí y lo que hacía por esas dehesas y sierras de Extremadura, día sí y otro también, durante más de 10 largos años ―más allá de mis viajes a los volcanes― en la búsqueda y contemplación de lo aparentemente absurdo, e inaudito. Pues ciertamente, puede ser muy complicado para quienes no me conozcan, incluso para quienes me conocen entender, por qué me pasa lo que ahora me pasa, o por qué y cómo estoy llegando donde estoy llegando. Pues ocurre generalmente, como en este: mi caso, que las cosas no van a suceder por casualidad, y si bien no siempre encontramos de primeras una razón a la vista, podremos luego siempre examinar aquel camino que nos ha llevado a ellas, para encontrar esta razón, y del mismo modo advertir, que no por mucho insistir en la búsqueda de algo finalmente lo encontramos, cuando a veces “lo inesperado” precisamente, es aquello que finalmente nos encuentra a nosotros.

I

Las personas ―todos nosotros― transitamos la superficie del planeta sin ni siquiera percatarnos de aquellos pequeños detalles existentes, y que la naturaleza apenas muestra, sin intuir lo que estos atesoran: detalles que al quererse mostrar, parecería que de inmediato luego se ocultaran, como si se asomasen a nosotros con esa timidez propia de la naturaleza, pero que luego tanto gusta de ocultarse. Siendo, precisamente, esos pequeños detalles ocultos, cuya llave intuyo es la luz, e, igualmente, las experiencias que devienen de la observación metódica y paciente de estos ― que no busca información o utilidad alguna inmediata, pero permite recorrer lo que se ‘resiste a ser explorado’ provocando que emerjan nuevas posibilidades― y que es lo que más me motiva e interesa: "como quien espera descubrir, sobre la orilla de la playa, los tesoros que estaban antes sumergidos: pues ellos compensarán los sacrificios". (Jünger-Heidegger 2010, 69). Por supuesto, todo esto puede sonar extraño a la mayoría, por no decir a todos. Sin embargo, tiene una explicación, más allá incluso de la sensibilidad emocional, que se supone de la observación paciente de la naturaleza.

II

Si me preguntan, qué es lo que es lo que hago o hacía, hasta hace poco más de un par de años allá por 2019, mi respuesta es siempre la misma: el tonto; no en el mal sentido y tonto de las cosas, pero no hay mejor forma de expresarlo. Muchas son las personas que se sienten atraídas por la naturaleza, pero muy pocas le dedican su tiempo, y no me refiero precisamente a pasar un día de campo. En alguna ocasión, me han preguntado si soy explorador, y entonces respondo que fui miembro de una organización de escultismo "Boy Scouts" con 13 años, en la parroquia San Jordi, en Barbera del Vallés: eso ya cuenta como “explorador” más allá de mis viajes. Sin embargo, incluso un explorador ha de tener unas causas primeras que lo muevan, por encima del deseo mismo de ir a un lugar, por ejemplo: a subir una montaña, pues eso nos hace montañeros y no exploradores, ya que un explorador perfectamente puede no ir a lugares lejanos (dedicándose a una sierra cercana) por una sola, pero muy buena razón: buscar en ella con persistencia, algo que intuye allí se encuentra. Entonces registra, examina y reconoce el lugar, un día tras otro, metiéndose por lugares donde otros no pondrían un pie y permaneciendo el tiempo, o volviendo, de nuevo, las veces necesarias... lo que nos lleva a un término menos conocido, pero mucho más interesante: naturalista.

Generalmente, el naturalista es un entusiasta, más o menos ilustrado, que practica las ciencias naturales: en particular la botánica y la zoología, pero también mineralogía o geología, e incluso la astronomía. Sin embargo, si quieres ser Naturalista: ¡ahí va! No existe. La profesión de naturalista es una de las más raras y desconocidas del mundo. No se estudia en ninguna parte, ni se ejerce en ningún lugar de trabajo, pero lo más importante y que distingue al naturalista de cualquier otro individuo que transite los montes, es "que sabemos guardar un secreto", pues buena parte de nosotros, sino todos, ocultamos celosamente una gran parte de las maravillas y tesoros que descubrimos al resto, precisamente para protegerlos. Por supuesto, hay muchas formas de entender la naturaleza o ser naturalista, dependiendo, de cómo y dónde cada uno practique su pasión, que puede ser de campo, laboratorio, preservación, etc., muchos cargados con sus equipos: cámaras, lentes, recipientes de muestras, etc.; buscando hacer prospección, inventario, muestreo, captura de imágenes; conservar, clasificar, etc.; o también dar charlas, exhibiendo sus imágenes, películas o como en mi caso escribiendo en mi otra web: subiendovolcanes.com con el objeto de compartir conocimientos y ampliar registros de lugares poco conocidos; además, siempre intentando preservar el medio y manteniendo nuestro pacto.

Pero si esto ya resulta una rareza, lo cierto es que existen tipos aún más raros en el gremio, como es mi caso, donde sumado a las actividades antes mencionadas y por alguna razón casi irracional, pretendemos lo que otros califican de imposible. Así, al pasar por algún lugar que nos llama la atención, de una forma que no podemos explicar ni explicarnos a nosotros mismos, tomamos buena nota ―cómo cuando apuntamos donde están los nidos, por donde pasan las corrientes de aire que cogen los buitres o, aquel lugar donde encontramos una bonita orquídea― solo con la intención de volver y profundizar en el lugar, buscando lo que no está a la vista: a primera vista, pero que por alguna razón la intuimos, íntimamente ante nosotros: ahí, aunque no lo podamos ver. Para ello observamos y no tocamos nada ―tampoco nos llevamos nada, ni interferimos con nada― solo observamos en silencio, y siempre a través de nuestros propios ojos: sin aparatos o cámaras / pues la naturaleza a la naturaleza se revela; y esperamos, integrados lo más posible en el medio, adaptándonos bien a la luz y armándonos de paciencia; esperando unas veces la noche y las estrellas y otras a que llegue el amanecer, cuando el sol acariciará con su luz todas las cosas revelando formas, reflejos y colores: variaciones y cambios, que a lo largo del día y el paso de las horas (del mediodía al atardecer) irán siendo patentes, esperando en ellos el cambio y revelación de algo que se intuye latente, y busca tanto manifestarse como nosotros anhelamos descubrirlo...

En la antigüedad, los griegos a esto lo llamaban Alétheia (en griego αλήθεια o ‘verdad’): una observación casi extática y de alguna manera contemplativa, que por encima de todo busca el "des ocultamiento" o, dicho de otra manera: busca la sinceridad de la naturaleza y realidad en aquello que ya no está oculto y se muestra (a sí misma: a la naturaleza: a nosotros). Pues es posible, y en ello se basa esta observación ―como demuestran hoy algunos estudios científicos e insinúa el instinto― no tanto que la realidad esté velada, como que "la verdadera realidad no exista si no está siendo observada". Con lo que podemos afirmar, sin lugar a dudas y como demuestra hoy la física, que el observador afecta directamente a lo observado, tanto, que cuando se mide el comportamiento de una onda/partícula por medio de la observación, se está influyendo sobre su estado natural: colapsando esta.

Pero, por qué de estas observaciones. Parece absurdo dedicarle tiempo a una posibilidad que en principio se reconoce a nuestros limitados sentidos inapreciable e inobservable, y enmarcada dentro de las posibilidades cuánticas de la materia. Sin embargo, precisamente la misma cuántica y la misma filosofía son las que nos dan la respuesta empujando a ello: hay que observar si queremos ver, pues es solo al observar es cuando interferimos la realidad. Que sea luego mensurable o apreciable a los nuestros sentidos (la vista, en este caso) es secundario, cuando no irrelevante, al menos en mi caso, pues si no miramos y buscamos profundizando en la luz, jamás lo sabremos, y más todavía cuando tras el reflejo que nos deslumbra se intuye, como una sombra la mano de Dios. 

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