Cuando Las Señales Nos Prueban / when the signs test us ( Acerca de Dios -5) - /jordi maqueda

 Cuando Las Señales Nos Prueban / when the signs test us

Del ábside de Santa Maria d’Àneu, en la bóveda se representa la Epifanía, con María en Majestad y los Reyes Magos. En el registro inferior aparecen cantando los dos serafines de la visión de Isaías en el templo de Jerusalén (Is 6,3-6) y acercan las tenazas con brasas a los labios de los profetas Elías e Isaías. En medio, las cuatro ruedas de fuego del carro de Yahvé aluden a la visión de Ezequiel (Ez 1,15). 

CUANDO LAS SEÑALES NOS PRUEBAN
Primera Parte

I

Darle un sentido propio a nuestros actos, más allá del que puedan darle los demás, e incluso nosotros mismos en un primer momento, será el principal anhelo: encontrarle un sentido final a aquello que nos sucede y hacemos. Un viaje, como la vida, no es una certeza en la que se está (o un programa concreto a concluir) sino, y más bien, una certeza a la que se llega (obrando en función de aquello que nos dicta el corazón) algo que todos comprobamos muchas veces, al ver colapsar y volver de nuevo a abrirse las expectativas durante un mismo tramo de vida, o viaje. Sería en ese mismo sentido, y precisamente en este viaje del que ahora les quiero hablar, donde yo habría de sentir esa ruptura (conmigo mismo) / o necesidad de renunciar a una idea o proyecto—más aún al ego— en mor de escuchar y seguir aquello que, contra todo lo racional del momento y cuando menos lo esperas te dicta el corazón, y desviándome hacia donde, como cogido de la mano, una voluntad me habría de conducir.

II

A principios de 2020 poco después de volver de Centro América, justo antes del inicio de la pandemia, tenía pensado terminar de concretar, volviendo de nuevo al Arco Volcánico Centroamericano: Volcán Barú en Panamá, y los Volcanes Irazú, Arenal, Poas, Turrialba y Rincón de la Vieja en Costa Rica, terminado de este modo mi odisea volcánica centroamericana en solitario, que empezase tiempo atrás en El Salvador, y siguiendo después en Guatemala, Honduras y Nicaragua. Sin embargo, la pandemia vendría a frenarlo todo, incluido nuestras propias vidas. Sería precisamente durante la pandemia, cuando de forma inesperada apareciese un tipo extraño en mi vida—por WhatsApp— que luego desaparecería del mismo modo como apareció. Su nombre poco importa, pues lo verdaderamente importante fue aquello fue me propuso: “viajar, junto con un grupo de otras dos personas (montañistas) y alcanzar en Chile el volcán ojos del salado, el Volcán más alto del mundo de casi 7000m, y todavía activo, para finales de aquel mismo año, coincidiendo así con el verano austral”. Sin embargo, en una de nuestras conversaciones (también por watshap) este insistió, que teníamos que hacer antes otra expedición, en este caso a un volcán de al menos 5000 metros, con el objetivo de ir poniéndonos en forma, entiéndase: adaptandonos y empezando a aclimatar nuestros cuerpos y mente (lo que encontré razonable). La decisión final, en este caso y no mía, fue viajar al Kurdistán (al oriente de Anatolia vía Estambul) y ascender allí una serie de volcanes, entre los 2500, 3500, y los 5000 metros, Nemrut, Suphan, Artos, Tendurek y finalmente Agri Dagi (Ararat de 5.135 m) como colofón y final, en el altiplano armenio: justo en la frontera entre Turquía, Irán y Armenia. Lo que nos llevaría, a lo largo de un par de semanas, a recorrer aquello que según la biblia fue en tiempos pasados el Paraíso Terrenal, o ' Porta del Paradís', según una epístola del humanista valenciano del s.xv, Bertomeu Gerp, escrita en latín, y que sitúa el paraíso en esta región; al igual que lo hiciese el egiptólogo británico David M. Rohl, y que localizó geográficamente en esta parte del mundo el lugar exacto donde estuvo ubicado el Paraíso, tras cotejar fuentes bíblicas. No en vano, algo más al sur del lago Van (y ciudad de Van) encontramos la ciudad de Urfa: o ciudad de los profetas, nombrada así en el Antiguo Testamento, como lugar en el que vivieron grandes profetas Job, Elías o Moisés o el mismo Abraham. Sanliurfa o Urfa (antigua Edesa) y que después de Konya, es la ciudad santa más importante de Turquía, y que a muchos les sonará el nombre por su cercanía a Gobekli Tepe, o como el lugar el de asentamiento de campos de refugiados sirios de Suruc.

Lo cierto es, que tanto hoy como en el pasado, y debido principalmente a desastres naturales, sobre todo seísmos (Van 23 octubre del 2011 - 8000 muertos / Diyarbakir 6 de febrero 2023 más de 100.000 muertos) pero igualmente debido a los conflictos armados en la región: en áreas del monte Tendurek en la provincia de Van, o más al sur en las zonas fronterizas de Urfa e igualmente debido a la guerra Siria, parecería no tanto haber llegado uno al Paraíso, sino más de ese lugar donde las almas purgan sus penas o, incluso, y dependiendo del momento de la historia: al mismísimo infierno, pues en aquel mismo lugar donde Noé depositó su balsa antaño, no hace hoy mucho más de un siglo se llevó a cabo el exterminio sistemático de más de un millón de armenios cristianos, que regaron con su sangre la totalidad de las tierras sedientas del altiplano armenio, hoy perteneciente al oriente de Turquía.

Pero y volviendo de nuevo al viaje, a la hora de comenzar este yo ya había hecho mis deberes, hablando acerca de algunos detalles con el que sería nuestro guía “Kurdo” en la zona oriental de Anatolia; además, había leído bastante acerca de la historia y conflictos recientes y pasados de la región, así como del vulcanismo presente y pasado de la misma, como se podrá comprobar de mis otros escritos en mi otra web (subiendovolcanes.com). Sin embargo, nadie me había dicho, que hubiese armenios en la región o siguieran por aquellas tierras (tema todavía tabú), y muchísimo menos, que anduviesen por su “Montaña Sagrada” (Monte Ararat), más cuando había escuchado a lo largo de todo el viaje y a los pies mismos de la montaña, que los armenios ya no estaban.

Supongo que esto me causó algún tipo de conflicto (personal, espiritual y religioso) a partir de aquel momento. Pero sería poco después, al amanecer del tercer día de ascenso, y durante la mañana del 7 de septiembre, y mientras que nos disponíamos en recorrer el último tramo hasta la cumbre, cuando algo removió mi corazón, dirigiéndome, no al paso de la cumbre junto a mis compañeros, sino y tras separarme de ellos (dejándolos sorprendidos) dirigiéndome después, tras comenzar a asomarlos primeros rayos de sol, y ya en solitario al lugar donde algo había llamado mi atención el día anterior, y que aquella mañana del 7 de septiembre entendí relevante, pues tiraba de mí (tanto como para olvidarme de la cumbre). Se trataba de lo que en un principio no parecía ser más que una rama delgada, pero ¿una rama donde no crece nada y solo hay rocas a más de 4700 m de altura? (no llevo barómetro— lo digo partiendo de la información que nos da el guía: camp a 4.300 m, estando los iconos poco antes de los glaciares, estos a unos 4800 m).

Es curioso como son las cosas, pues yo había ido allí —al Kurdistán— dejándome llevar (o conducido si se quiere) y convencido por un sujeto al que apenas conocía, y que ni siquiera me caía bien, por no añadir, que yo seguía sin estar para nada del todo convencido de lo que estaba haciendo allí (excepción por el monte Nemrut: único volcán activo de la región y que insistí en visitar, poniéndolo como primera condición). Pues mi interés son principalmente estos: los volcanes activos, pero mayormente los situados en centro y sur América, Indonesia, Filipinas etc. Pero y una vez allí, y más allá de conocer ciudades o ruinas degustando la gastronomía popular, mi objetivo era como en el de todos los demás —y después haber ascendido y permanecer dos días en el monte Nemrut y su lago interior—ascender a la cumbre (para satisfacer al ego) superando las dificultades de aquella enorme mole de rocas, el Ararat, cuando y cuasi a falta de solo unos de metros, me vi de pronto: no pensando en subir hasta lo alto del volcán, ni en nada de lo que se suponía que debería estar haciendo o pensando en aquellos momentos —es cierto estaba sobre el volcán cerca de la cumbre, pero no tenía mi mente como en otras ocasiones, pensando en lo que "debía hacer allí: en el volcán"— sino, que mi mente parecía esta otra cosa desde que desperté: inquieta, y a punto de ser “impulsada" si queremos llamarlo así, a seguir una corazonada o impulso que me apartaría del grupo, con lo que ello puede suponer, y sin tener para nada claro el por qué, hasta dónde, o hasta qué, aquel impulso me llevaría. De ahí que lo llame prueba, pues se nos enfrenta a un dilema no fácil de disipar: seguir al corazón (y esa voluntad, que es de dios) o al grupo, ambas con sus consecuencias y renuncias. Sin embargo, hoy puedo afirmar, que solo quien persigue aquello que le dicta el corazón y lo sigue, puede alcanzar las señales.

III

Creo, que como le ocurriese a Colón en su día, antes de partir a las Indias, igualmente sabía muy bien dónde iba y qué buscaba, más no lo que iba a encontrar. Lo único que puedo decir, es que al llegar al lugar, a ese pequeño altar con sus dos iconos —sujetos al palo, uno arriba a un lado de este y el otro abajo— mi sorpresa fue mayúscula y una enorme sonrisa de oreja a oreja se dibujó en mi rostro mientras, la alegría, como un tsunami inundaba a la vez mi alma y corazón. Pero ¿por qué mi ser estaba tan emocionado, cuando todavía la razón me advertía de la renuncia que había hecho? ¿Qué sabía mi corazón que la razón desconocía? Quizá, encontraba en aquello un sentido (que solo el corazón y mi espíritu veía, pero la razón no entendía) en un viaje desde el principio, sin aparente sentido para mí, pero siendo de nuevo la montaña ese vehículo por el que llegaba a otras cosas, entre ellas: una enorme felicidad fruto de la contemplación y luego seducción de dios, hacia un encuentro previsto de antemano, y que me salía al paso en el camino de la vida. Pues cuál ha de ser y es, el sentido último de la vida para aquel que contempla y busca, sino una búsqueda permanente de Dios, orientada hacia el encuentro con él. «Me sedujiste, Señor» (Jr 20,7) y ahí estaba yo respondiendo, por medio de una seducción que mueve a la persona y la orienta completamente hacia la luz de Dios, empapando de aquella tensión, presente ante Dios y haciendo así realidad el espíritu de aquel primer mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5). Y valga dios, que así es: mi mirada ha de ser solamente para Dios, mi deseo solamente para Dios, mi dedicación solamente para Dios; no queriendo servir sino a Dios solo, en paz con Dios, llegar a ser causa de paz para los otros (a partir de: San Simeón el Estudita, Catequesis menores).

Por ello, racionalizar en este caso, como en otros cuando tiene que ver con lo divino y Nuestro Señor no sirve de nada, y menos aún pretender la casualidad de aquel encuentro, lo que sería mirar hacia otro lado, no queriendo ver en ello esa voluntad de Dios que nos seduce y guía, apartándonos del mundo, y más cuándo y por alguna razón, aquella mañana todo mi ser se dirigió, al amanecer, hacia aquel lugar concreto renunciando a aquel propósito y razón primera por la que estaba allí: “porque si se pertenece a Dios, no puede pertenecer al mismo tiempo al mundo” (cf. Mt 6,24). : «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir» (Jr20,7). Aquellos Días el Señor me llevo y condujo hacia donde mis destrozadas piernas solas no hubiesen llegado jamás, justo hasta el lugar donde me esperaba, señor: “Fuiste más fuerte que yo y venciste (Jr20,7): allí acabo un viaje iniciado años atrás, y empezó para mí una nueva vida, y aunque yo aún no lo sabía a hombros ya con mi cruz, y teniendo, por supuesto que aceptar la contradicción, y luego la incomprensión y el rechazo de todos incluidos mis compañeros “Todo el mundo se burla; se ríen de mí todo el tiempo”. (Jr20,7) hasta por insultos y desprecios, que comporta ineludiblemente esa ruptura radical con el mundo y los otros, tal como nos avisa el mismo Jesús: y “si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros” (Juan 15,18-19)

CUANDO LAS SEÑALES NOS PRUEBAN
Segunda Parte

En lo más hondo del ser humano existe un lugar, más íntimo a uno mismo que sí mismo, en el que Dios habita (san Agustín, Confesiones, III,6,11): «Tú me eres más íntimo que mi propia intimidad y más alto que lo más alto de mi ser», y en el que solo se puede entrar si se es invitado por el mismo Dios y se acepta libremente la purificación necesaria para poder acoger la luz divina.

En estos textos se trata de entender un proceso que poco tiene de sencillo al profano, e incluso para el afectado, y que va más allá de como a veces creemos entender de lo que otros cuentan de los misterios de Dios; pues es cierto que se intuye algo, pero por encima aquel sentimiento agradable y reconfortante de paz y amor está, igualmente, el desconcierto de no entender, en realidad y sobre todo al principio, nada de lo que está ocurriendo, hasta que lentamente y de la mano del Espíritu Santo luego todo se va esclareciendo al unir cabos sueltos (hechos o sucesos) a lo largo de un determinado periodo de tiempo: y de que lo hagamos y repasemos, depende luego todo, si queremos entender. Y ciertamente, en mi caso, esto empezó a ocurrir (darme cuenta de algo) pasados un par de meses de llegar a casa del medio oriente, cuando todavía mi mente no era capaz de encajar lo ocurrido de aquel viaje, o darle todavía un significado, y sin que yo fuese todavía consciente por completo lo que estaba ocurriendo. Sería allá por mediados del mes de diciembre /2021, y revisando precisamente algunas fotos de la expedición y con motivo de publicar una entrada en el blog relativa al viaje, cuando mi mente volviera de nuevo a los iconos. No resistiendo entonces la tentación de comentarle de estos a José Manuel: mi primo y capellán, profesor de filosofía y Ética en el colegio diocesano, San Antón - Badajoz, pretendiendo, no muy bien qué, a ver que me podría aportar, o al menos escuchar lo que tenía que decir en tanto que estos iconos pudiesen representar, ignorando en aquel mismo momento que todo aquello pudiese ser parte de un plan establecido, habiendo en este un mensaje o señal.

Luego, mientras terminaba de preparar, ampliando a gran tamaño las imágenes de dichos iconos y enviaba las copias para el examen de los mismos, mi primo me comentó sobre la figura del pantocrátor, típica del arte bizantino, y la representación simbólica de este, en tanto representa “la Nueva Alianza de dios con los hombres y la imagen del hombre nuevo en Jesús: al mismo tiempo Dios y hombre”. Pero mientras daba vueltas a aquellas palabras, reparé en algunos detalles que había pasado anteriormente por alto —La primera imagen en principio, muy parecida a un “pantocrátor” me confundió, — cuando al ampliarla comprobé algunos detalles de aquel pantocrátor, distinto a otros, como primero “la cruz” y en su la mano derecha “La Barca” fig.1; y que después de comparar con otros “pantocrátor” buscados a este efecto, no me parecía tener por donde cogerlo; pues, precisamente la representación clásica del “pantocrátor” Todopoderoso, y típica y del arte bizantino, aparece este "mayestático", con la mano derecha levantada para impartir la bendición, y portando en la izquierda los Evangelios o las Sagradas Escrituras., no coincidiendo con este icono concreto y particular. Luego, y observando el detalle y dibujo de las ropas de la fig.2, estas me recordaron otras imágenes: retablos y cuadros, observadas en publicaciones de búsquedas del día anteriores, y que eran exactamente iguales (las ropas) a aquellas con las que se representa la imagen de San Gregorio, (257-330) fundador, y santo patrón de la Iglesia apostólica armenia, llamado también el segundo Iluminador de Armenia. Lo que daba al menos y en aquel momento un sentido y no teniendo ya ninguna duda del origen armenio del altar: algo que me llenó de satisfacción y alegría, tras mi conflicto por lo ocurrido a los armenios, allí donde yo estuve y pisé: y regado antes por su sangre.

Pero si bien todo aquello me apaciguo, aún tardaría en hallar la respuesta a lo que mi corazón ya sabía: La invitación que Jesús me hacía, tomar la cruz (mi propia cruz) y subir a la barca con él, extensible a cada uno de nosotros; una barca en la cual no será nada fácil viajar, pues significa tomar el timón y desgastarse tanto por los otros como revelando en nuestros actos la voluntad de dios; una barca, pero, nunca fuera de su vista, pues estará vigilándola… hechos, estos, que increíblemente y de alguna forma ya parecía anticipar, como si se tratase una profecía, en aquel texto que yo mismo escribiese en 2011, lo que luego me ocurriría, mas cuando todavía ignoraba si el cáncer me dejaría vivir y menos aún volver a las altas cumbres, titulado: "Un lugar más allá de las sirenas " y que termina con aquellas palabras, casi proféticas, de lo que me habría de ocurrir:

Cuanto más complicado sería para mí tener que razonar y describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más aún, hacerlo a aquellos que las ignoran: e ignoran el sonido oculto y camuflado en el fuerte viento de las montañas, o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra solitarios acantilados en las rocas; cómo podría describir ese lamento que siento exhala la nieve al crujir bajo las botas, o el rumor que se advierte risueño en primavera bajo los vapores de la escarcha, en un diminuto arroyo de agua; o ese destello que se filtra buscándonos entre las hojas al levantar el sol, y que nos busca y torna de tonos mágicos la realidad, como si está, de alguna manera tratase de insinuarse: mostrando tonos antes ocultos sobre las mismas formas. Cómo explicar esa necesidad de mirar, de escuchar y hablarle a las estrellas: de ir más allá del horizonte y seguir adelante, caminando entre la tempestad, cuando aparentemente delante no se atisba más que soledad y un intenso frío, sin saber qué parca en silencio aguarda.

CONCLUSIONES CON RESPECTO A LAS SEÑALES

Es complicado, como refiere en el párrafo anterior: tener que razonar y describir, esas pasiones y sensaciones que nos llevan a lugares extraordinarios, tirando de nuestras almas, donde más extraordinario todavía es aquello que encontramos, más allá de qué estemos buscando o qué hacíamos allí. Luego entiendo, perfectamente, que si yo mismo he tenido dudas, siendo yo mismo el alcanzado, cuántas más tendrán para otros no las ven y para los que no tiene ningún significado, pasando de largo sobre ello, y quién sabe sobre cuántas otras cosas en esta vida, que nos pueden transformar. De ahí que me esfuerce en explicarlo.

Primero, reconozco que Dios para nada es aburrido: los aburridos y despistados somos nosotros; pues sus señales son perfectamente “dirigidas” adquiriendo sentido, en el modo y la extrañeza como se manifiestan, y siempre en función de a quién van dirigidas en tanto a sus creencias: más en la fe estará aquel (aunque sea en conflicto) para poder reconocerlas, precisando, si bien no al principio, más adelante y ante la necesidad, de un conocimiento relativo a la palabra (biblia): pues no se trata de ilusiones, sino una auténtica experiencia espiritual y a la vez física. De modo que, si Dios quería mandar una señal en la que me fijase, siendo de educación y formación católica cristiana, ningún otro lugar parece tan inaudito, para encontrar una imagen de Cristo, y que esta sea capaz de generar esa extrañeza llamando la atención, haciendo posible reconocer en ella una señal —tanto como lo sería una cruz en el Alamut, en tiempos de (Hasán-i Sabbah) — que en el Monte Ararat, a casi 5000 metros de altura. Lugar donde Dios establece con Noé su primera alianza, hoy en el corazón de unas tierras musulmanas, bañadas (antes y ahora) con la sangre de millones de almas. De ahí la extrañeza y lo extraordinario que encontrase, en algo tan ordinario pero descolocado: como un palo sujeto entre unas piedras, donde no debería haber nada. Como diría Mateo: “Quien pueda entender esto, que lo entienda”. Pues hay quienes dirán que sencillamente estaba allí, o alguien lo puso, y claro está que es así... Pero precisamente, es al preguntarnos, por qué y para qué está, cuando hayamos la diferencia entre, primero, aquellos que ignoran no dando importancia alguna a lo “asombroso y sorprendente” de la circunstancia, y siguen su camino a la cumbre o cualquier otro lugar pasando de largo y, por tanto, ignorando las señales... y luego, están aquellos otros que se extrañan y detienen ante aquello que encontraron extraordinario, tanto así, que les frena y retiene en una reflexión y contemplación prolongada, a la luz primera del amanecer de un hermoso día, que se intuye alumbra el espíritu como la llama de un centinela que vigila, en la esperanza de poder despertar a una vida futura, con la llegada del nuevo amanecer. "Dios ama interrumpir las etapas de nuestras vidas, en las que nos sentimos más perdidos, con encuentros gloriosos con él"

Luego, dos meses más tarde, habría de venir mi charla con mi primo sobre el icono que encontré, quien me hablase la nueva alianza de Dios con los hombres, y que luego relacione con la primera alianza de Noé de dios con los hombres y animales del arca justo allí mismo, en aquellas mismas tierras, y luego de la interpretación final de la barca en el icono: invitándome nuestro señor Jesucristo a subir a ella. Por último, y de aquellas primeras señales evidentes, faltaba todavía una: la cual vendría después y cambiaría toda mi vida: Cuando al salir de casa de mi madre se reveló por primera vez “manifiesto” y frente a mí ese cambio, advirtiendo el nuevo paisaje que asomaba ante mis ojos, y que advertiría, no revelaba tanto el cambio del mundo, como del cambio dado y en mí, y que poco más tarde daría mi vida... Si bien, hay un evento excepcional, debido a lo extraordinario de este… y que se dio entre este último evento al salir de casa de mi madre junio 2022, y mi regreso del Kurdistán sept. 2021, concretamente en diciembre, y que a lo primero, y como con los anteriores sucesos, aislado, tampoco supe relacionar, Pero que hoy entiendo necesario, pues daba sentido a lo demás: mas de ese sentido ( su signo) guardaré, por el momento mucha precaución. 

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